425. LA GUARDIANA DEL BOSQUE, de Jara Sarmiento
Acércate un poquito más, no te haré daño. Quédate en esa piedra. Cierra los ojos muy fuerte. Ábrelos y mira. Arriba se agrupan unas estrellas, y otras, rebeldes como tú, prefieren reinar en su patio de luces, solas. Y ahora abajo. Puntos de luz entre la hierba. Son las luciérnagas. Ya sé que quieres atraparlas, para eso viniste con tu tarro de cristal y tu tapa agujereada. Puedes, sí, pero no debes. Mira lo que ocurrió con el ciervo. Y no me digas que no te dolió. Todo por el cazador y su escopeta. Ya, que tenía hambre. Pero tú no tienes. Tú eres frágil, un cuerpo liviano que mueve las hojas de los árboles y engaña a los niños haciéndoles creer que es el viento. Te puedes alimentar de bayas y de setas. Hace noches que no oigo el ulular del búho. Hace días que no veo a la liebre ni al tejón. Deja ya de molestar a las criaturas, o te mando de vuelta al País de Nunca Jamás, con Peter Pan, para que te dé una buena zurra por haberle robado la mermelada. Te hablo en serio, mi querida Campanilla.