428. EL CRIMEN, de Musgo 4
En el espléndido sol de la mañana, el gigante se hallaba dormitando plácidamente absorviendo la tibieza de sus rayos. Sus mil brazos parecían querer estrecharse para recibir el máximo de luz posible. Su sangre blanquecina fluía libremente, nutriendo todo ese cuerpo enorme.
A su alrededor, inmóviles compañeros de otras especies, también se dejaban bañar, indolentes, con gratitud por los haces dorados. Ninguno de ellos, sin embargo, podía emparejar su inponente altura.
El día transcurría lenta, apaciblemente, como lo habían hecho miles de otros días, semanas, meses y estaciones, por centurias.
Un persistente ronroneo distante, sacó al coloso de su letargo matinal. El crujido lejano de la madera al quebrarse lo puso en pasivo alerta.
Luego de un tiempo interminable por la angustia, vió finalmente emerger de la espesura al vehículo todo terreno con los sicarios ocupantes y sus máquinas.
El formidable roble se estremeció al ver que los asesinos lo señalaban entre el vasto grupo de árboles que habían crecido en aquel sector del bosque.
Supo que ese sería su fin, pero no llegó a comprender el motivo. El áspero sonido de las sierras lo hizo estremecer, dejando caer algunas hojas sobre el pastizal que pronto sería su lecho.