443. KARMA, de Ánade Azulón
Me topé con él al salir de la panadería.
En cuanto pude le pregunté por su hermana.
-Murió hace casi un año.
Una vez más no supe qué decir. Sentí unas cucharadas de cemento solidificándose en mi paladar. No tuve fuerzas para confesarle cómo llegué a querer a su hermana, cómo sigo queriéndola. Aunque ella nunca lo supiera.
Debió notar mi dolor.
-No te preocupes. Hemos podido contactar con ella y está muy bien. Ahora es pato en Laponia.
Me hice a un lado con la excusa de buscar la sombra. Hubiera deseado preguntar si sabía exactamente en qué bosque de robles estaba, o si era de esos ánades salvajes y libres que emigran hasta las marismas de Oyambre.
Me imaginé acariciando sus plumas sedosas, rozando su pico con mis labios.
Pero el hormigón seguía endureciéndose en mi garganta y sólo pude abrir la boca para aspirar al límite de la asfixia una bocanada de aire. Apenas tuve fuerzas para despedirme
Siempre me sale todo mal, pensé, no entiendo lo que dicen los patos, y ni siquiera hablo lapón.