459. HUÉRFANO, de Barro
El veintisiete de octubre mis botas se impregnaban a cada paso de más y más barro mientras las espesas hojas me impedían ver más allá de mis narices. Llevaba dos horas perdido en aquel bosque desconocido. Desistí. Decidí rendirme. Me senté en una roca y por primera desde la muerte de mi padre, lloré. Lloré por sentirme huérfano, por Lola que tanto me había sabido querer y a la que había dejado escapar, por mi amigo Mario y la distancia que ahora había entre nosotros y por el peso de los 46 años que se me antojaba imposible de transportar en el camino de mi vida.
Y de pronto, la voz de un diminuto duendecillo pálido y compasivo me dijo “Vamos arriba, arriba una vez más”.
Qué extraño, pensé, si yo jamás he creído en duendes…