46. EL BOSQUE QUEMADO, de Bellota
Aquel otoño del año 112 quemáronse muchos bosques.
Un rayo en el fresno que custodiaba la busta de monte de Flavio, estalló en metralla sobre las ramas de los vecinos robles, el suelo de aquel seco otoño y el tejado de corteza de abedul del chozo.
Los corzos saltaban despavoridos. Otros animales corrían con sus crías en los dientes.
Lo demás quedó al albur del ábrego. Dos días de llamas y siete de brasas. Nueve noches de fuego visible desde el hoy pueblo de Lavín, hogar de Flavio, en el fondo de la Gándara, y desde Velliga, hoy Espinosa de los Monteros.
Lluvias y torrenteras se llevaron las cenizas hasta el Asón, donde se juntaron a las que los regatos arrastraban del incendio del bosque sagrado de la tribu ocupante del valle de Marrón.
Estos dos incendios dieron nombre a dos lugares: el uno Busquemao en el portillo de la Sía y el otro Bosquemado en Ampuero. Uno fue testigo del repoblamiento de Soba por los castellanos y del otro salió Pelayo hacia Covadonga, en el año 912 acogió la juventud del primer Conde de Castilla, Fernán González y en 1605 le dio a la Virgen por hacerse la “Aparecida”.
Mi nombre es Jesús Alfonso Dionisio Antonio, pero si tu, Ana, quieres que me llame Javier, pues también.
Besos.