487. EL AVIÓN, de Olmo
El avión aterrizó puntual. Allí estaba Beto -sonrisa acogedora- a pie de escalerilla. Metro 80, pelo corto azabache, ojos claros en un cuerpo fibrado de piel canela. Trabajador del aeropuerto se permitía esta cortesía con sus amigos, y yo, amigo de un amigo, merecí su atención.
Ya en nuestras conferencias, yo en Madrid y él desde Buenos Aires, aprecié su actitud sin prejuicios, pero admito que aquel primer contacto/abrazo estuvo más allá de lo imaginable.
El estudio de la perdida de los bosques nativos argentinos, el palo rosado en el norte y el alerce y algunas araucarias y cipreses en el sur, motivó mi viaje.
Recogiendo el equipaje intercambiamos furtivas miradas, preguntas y comentarios sobre Chema. Caminamos despreocupados hasta el parking apreciando la proximidad de nuestros cuerpos, encajamos los bultos en el coche entre roces y sonrisas y nos acoplamos dentro.
-¿Qué querés que hagamos?- preguntó Beto.
-Y vos ¿qué? – añadí, mientras calladamente mi corazón infartado fantaseaba: …transitar tu orografía… mirarme en tus ojos… abrazar tu tronco… anidar en tus labios… enredarme en tus brazos… anegar tu pecho… fluir en tu vientre… descubrir tu sexo…–.
-Beto ¿querés venir al bosque conmigo?…- aventuré a insinuarme.