497. LA HUIDA, de El Hongo
Sabía que tú me estarías esperando afuera, así que, en cuanto me dejaron solo, me encaramé hasta la ventana, rompí el cristal con la mano —apenas sangré, creo que el mismo miedo retuvo la sangre en el interior de mi cuerpo— y salí al exterior. Atravesé el jardín y me interné en los árboles. Tú estabas allí en alguna parte, pero no podía gritar tu nombre por miedo a que nos descubrieran.
Avancé en círculos susurrando tu nombre, silbando nuestra señal. Pasaron varios minutos y no te encontré. Lo admito, pensé lo peor, maldije tu nombre entre dientes.
De pronto sonó una sirena. Habían dado la alarma. Me habías fallado.
Corrí hasta desplomarme. Pero no avancé mucho. No lo suficiente. No tardarían en alcanzarme. Ahora sí que no tendrían piedad. Y todo era por tu culpa. Escuché unos pasos a mi espalda. Traté de levantarme, pero estaba exhausto —llevaba mucha hambre a cuestas, muchos golpes—. Cerré los ojos. Deseé tan solo que me mataran allí mismo.
Fue entonces cuando escuché tu voz. «Vamos», dijiste. Me tomaste de la mano y sin pronunciar una palabra más fuimos a escondernos en lo más profundo del bosque.