502. EL BOSQUE DE LOS DUENDES, de Llanura
Tras una extensa llanura, que parecía interminable, llegué al río. No  sin dificultad, logré cruzar al otro lado. De pronto el valle se  convirtió en un frondoso bosque, con árboles tal altos que no dejaban  ver el cielo. Las ramas se entrelazaban formando tal espesura que apenas  dejaban pasar la luz del sol. Llegó un momento en que la vegetación era  tan densa que dudé si seguir adelante. Quedé paralizada. Estaba  nerviosa y asustada, como no había estado jamás.
De pronto apareció un duende. Tomó mi mano y me guio a través de los  misterios del bosque. Había árboles cuyos troncos estaban huecos, y  daban paso a pasadizos secretos que eran atajos para moverse por el  subsuelo. Algunos árboles eran puertas secretas que comunicaban con el  mundo de los humanos. ¡No era de extrañar que los duendes fueran capaces  de esconderse tan bien a la vista de los hombres! Otros tenían  escaleras de caracol escondidas en su tronco, que subían a la copa,  donde las hojas se convertían en blando algodón sobre el que saltar tan  alto que era posible llegar a tocar las estrellas. Y desde donde  deslizarse velozmente hasta el suelo por lianas cual si fueran toboganes  gigantes.
						
						

