505. CONSEJOS, de Seta Venenosa
—Cuidado con el Hombre —musitó Gran Pino.
—Cuidado con sus chispas —agregó Fresno Blanco.
Pequeña Acacia desperezaba sus frágiles ramas en la brisa del amanecer, escuchaba y trataba de memorizar los consejos de los que ya daban largas sombras. Más allá, el Joven Abedul reía por las cosquillas que le hacía una ardilla de cola esponjosa y parda.
—Sobre todo, si con el viento —aclaró Gran Pino.
Pequeña Acacia empujó sus raíces hacia el fondo. Pensó en el Hombre —que jamás había visto— y en sus chispas: lo supuso, a él, alto y fuerte como un algarrobo y, a ellas, filosas como los rayos azules que precedían a los truenos. Pero la imagen le resultaba imposible de asir y se le desvanecía aún más cuando intentaba trenzarle el silbido del viento.
—¿Y qué debo hacer si llegan hasta aquí? —preguntó con su vocecilla verde como el musgo.
Gran Pino y Fresno Blanco se miraron entre sí: no tenían la respuesta. Si el hombre con sus chispas llegaba a la par del viento, en el interior de cada árbol se evaporarían los misterios, y serían cenizas todos los pinochos que por las noches poblaban sus sueños, sin que pudieran evitarlo.