53. Invitación al viaje
Sentado en un duro banco de madera, una sombra de melancolía cruza la frente de Liev. Recuerda el día en que, en otra estación, vio recibir el cadáver de Antón Chéjov y cómo lo sacaron del vagón en una caja de madera con el rótulo: «Ostras». Una banda de música había acometido el inicio de unos acordes patrios, que cesaron en cuanto el director comprendió que no era ése el tren en que el cónsul regresaba de Alemania.
Ahora, en la estación de Astápovo, Liev quiere partir. A sus ochenta y dos años, desea seguir marchando. «No importa dónde, mientras sea fuera de este mundo», ha escrito un joven poeta francés del que se siente más cerca que de su familia. Ni su esposa ni sus hijos conciben que un conde cree escuelas para sus siervos, que escoja como propio el atuendo tradicional de los campesinos, que reniegue de la Iglesia y arremeta contra el absolutismo de sus zares. No entienden su amor por Anna Karenina ni su devoción por Iván Ilich. Nunca le han perdonado que sea escritor.
Siempre entre lo mejor del mes Eduardo. Un placer leerte
¡Qué bien traído el tema del mes con la figura de Tolstoi! Enhorabuena, Eduardo, coincido con la apreciación de Arantza.
Suerte.
Eduardo, un relato magnífico, de los que a mí más me llegan. Tiene además esa melancolía que deja huella. Me recuerda a las historias que tan bien sabe contar Mauricio Wiesenthal, otro gran conocedor y admirador de Tolstoi.
Suerte y un abrazo.
Un escritor de los grandes, al que se le hace un homenaje más que digno en este relato que incita a relecturas, tanto del propio texto como de los del genio ruso, a quien no sólo le perdonamos, también le agradecemos que se convirtiera en escritor, como hay que agradecerte a ti este texto.
Un abrazo y suerte, Eduardo
Historia de insigne pluma desde todos los ángulos; una historia dentro de la Historia, o viceversa.
Eduardo, que bien hilvanada y contada tu historia. Suerte y saludos