54. Idas y venidas
Desde sus comienzos como ayudante en la carnicería de sus padres, Manolito pasaba las mañanas metido en la nevera. Algunos pensaban que sus largas ausencias se debían a su timidez. Otros, a su manía por el orden, y lo imaginaban organizando las piezas de carne según el tamaño y el animal. Cuando salía entre el vaho, aparecía con su cara enrojecida y su nariz cubierta de escarcha. A su madre le recordaba entonces a su abuelo Manuel, el que fundó el negocio familiar y del que heredó su nombre. Manolito, sin embargo, desaparecía del mostrador porque había descubierto al fondo de la nevera una puerta secreta que lo transportaba a otra época. Allí había conocido a una chica de la que se había enamorado perdidamente, y estuvo coqueteando con ella hasta que aceptó su propuesta de matrimonio. Días después, abandonó la vida que le había tocado vivir, atravesando aquella puerta del tiempo. Sus padres lo buscaron por todas partes, pero nunca lo encontraron.
Mientras, Manolito echaba raíces en el pasado, se casaba y abría su propia carnicería. Fue dichoso hasta el momento en el que expiró, justo el mismo en el que nacía su nieto.
Va a ser verdad lo que dicen de que el frío conserva. A tu protagonista le preserva a través de los tiempos, durante generaciones, en las que siempre está presente, con razón a la madre le recordaba al abuelo.
Un relato muy imaginativo, simpático y divertido, que demuestra que pueden hacerse buenas historias tomando como elemento cualquier aspecto cotidiano. Una prueba también de que la genética se mantiene y transmite a lo largo del tiempo. Este relato también merece perdurar en un libro.
Suerte y un abrazo cálido, Pablo.
Amigo Ángel, desde que te conozco, a no ser que seas jurado, ya sea en ENTC o en otros lares, nunca me fallas a la hora de comentar, ni a mí ni a los demás. Enriqueces nuestros relatos, eres un hombre bueno y generoso que dedicas tu tiempo a alegrarnos con tus palabras, y eso es un gran regalo que sigue perdurando a través de nuestros tiempos.
Manolito, Manuel, te agradecen muchísimo tu lectura, que los hayas mimado tanto, y yo, te mando el abrazo más fuerte del mundo que, parece que sí, pronto te lo podré dar en persona.
Mil gracias.