547. NOSTALGIA DE LA CORDURA, de Mirlo Blanco
Aquella calurosa mañana de verano salí a pasear y me dirigí al interior del bosque, en busca del frescor del arroyo. Era el segundo día de mi estancia en este pueblo perdido entre las montañas y no podía evitar comparar este paraje con mi ciudad. Iba tan enfrascado en mis divagaciones que no advertí que el sendero se volvía irregular y accidentado. Debí de tropezar con una roca; no recuerdo cómo caí pero me desperté al cabo de un rato en el suelo. Recuerdo, eso sí, que tuve un sueño desasosegante. Vi un futuro en el que no había bosques, ni árboles, ni ríos, ni montañas. Los seres humanos lo habían destruido todo, porque no creían en nada. Todo había sido conquistado por este ejército de nihilistas: donde antes había extensos valles ahora había centros comerciales, donde antes había altas coníferas ahora había escaleras mecánicas, donde antes había hermosos paisajes ahora sólo había pantallas gigantes. Desperté y, sin moverme del suelo, miré los troncos, las piedras, la hierba; se oían los cantos de los pájaros y el suave rumor del arroyo. Pensé en mi ciudad: si había que echar algo realmente de menos era la cordura humana.