548. LAS LUCIÉRNAGAS, de Mirlo Blanco
Esta es la historia de un bosque entre dos ciudades. Antaño este bosque era vasto y hermoso, rebosaba vida, pero las dos ciudades no paraban de crecer y fueron mermándolo, echando los troncos abajo, arrancando las raíces. Cuanto más crecían las ciudades más rápido se consumía el bosque. Los ríos apenas llevaban agua en sus caudales, los pocos árboles que quedaban crecían enclenques y sin hojas (éstas se dejaban arrastrar por el viento). El bosque estaba triste. Las dos avariciosas ciudades, no conformes con diezmarle poco a poco, le habían arrebatado lo más preciado: las estrellas. Habían inundado el cielo nocturno de estridentes luces artificiales, de modo que era imposible contemplar un solo astro en el firmamento. Sin el cielo estrellado, los animales vagaban cabizbajos y las ramas de los árboles se doblaban y partían. Pero una noche el bosque entero se iluminó: la esperanza brotó de las entrañas mismas del bosque, de la tierra estéril y los ríos secos, de las hojas marchitas. Las luciérnagas les habían traído del cielo las estrellas, para deleite de todos los habitantes del bosque. Unos hablaron de “milagro”, otros entendieron que era un mensaje: ‹‹Resistid, que la pena no os venza. Resistid››.