556. ENTRE ABEDULES, de Abedul
Tenía la maravillosa costumbre de entregarse durante horas al día a soñar, pero a soñar a propósito, a evocar un mundo paralelo, a construir un universo, a imaginar, a fantasear…. Era feliz en ese estado donde era capaz de levantar su propio mundo, con normas de nadie, con obligaciones inexistentes y una filantropía extrema que rezumaba cada una de sus ensoñaciones.
Dicen que a la entrada del Paraíso crecen los abedules, por eso paseaba durante horas entre ellos, dejándose hechizar por un bosque que le devolvía la quietud, que le permitía volver a penetrar en su particular paraíso, su mágica infancia. Que el mundo se estuviera volviendo disoluto no era razón para renunciar a los inocentes y cándidos recuerdos infantiles y menos aún a renunciar a ese brote espontáneo de emociones que le permitieran sentirse extrañamente optimista y siempre orgulloso de quien fue.
Entre abedules recordó los bellos versos de Robert Frost, y al igual que él, deseaba encaramarse al árbol y columpiarse fuertemente en ellos, poder disfrutar en las alturas del sosiego, apartarse de la realidad madura, de ser adulto y regresar al prodigioso mundo de los niños. Entre abedules había sido capaz de recuperar la felicidad.