568. EL NIÑO Y EL BOSQUE, de Madreselva
El niño se interna en el bosque, confiado. Siente la húmeda umbría y el rumor del agua, un crujido sordo de hojarasca bajo los pies y un tímido hilo de sol acariciándole la cara.
Una ligera brisa, desde las lejanas brumas, le trae aromas de maternales ganados, alas de pájaros y zumbidos de insectos, mientras camina entre rugosos troncos centenarios.
Saluda a los elegantes helechos, hijos de las sombras. A las vibrantes flores y a las danzarinas mariposas dibujando, con sus brillos de seda, garabatos bajo la luz. A las bayas de vivos colores y a los espinos vigilando moras.
Domina ya la tierra enmarañada y ansía ver el cielo. Trepa a un árbol y respira, al fin, el aire puro.
Como el rey de un verde mar, se acomoda y admira el horizonte claro, dos torrentes y un roquedal oscuro.
Escuchando desconocidos sonidos lejanos, conoce la belleza, el tiempo detenido y la soledad devastadora, el silencio, la calma, entre la vida que bulle ….. Y un leve movimiento, una rama que cae y la muerte abrumadora.