579. TIERNOS RECUERDOS DEL BOSQUE, de Musgaño
Cuando yo era pequeña, a mis padres debía de parecerles que no había un plan más fascinante que llevarnos a mí y a mis hermanas de excursión al bosque en pleno invierno.
Yo lo encontraba espantosamente aburrido y poco interesante. No teníamos equipo de montaña adecuado y mis pies rabiaban de frio dentro de unas viejas katiuskas.
Nos solía acompañar Chucho, un señor mayor y curtido que conocía muy bien la Reserva del Saja.
Con él buscábamos huellas de corzos en la nieve y seguíamos sus movimientos. Veíamos las cagarrutas de estos animales que, con su calor, taladraban la nieve. A veces incluso llegábamos a encontrar los restos de alguno atacado por un lobo. Mamá nos tapaba los ojos pero yo no quería perdérmelo.
Observábamos los árboles, repasábamos los nombres de las montañas, señalábamos buitres en el cielo y sacudíamos la nieve que, posada sobre las plantas que sobrevivían al invierno, dibujaba filigranas.
Me fascinaban las frezas con su deliciosa gelatina redondita transparente; siempre me dejaban llevarme unos pocos huevos a casa para que pudiera observar atónita como se convertían en renacuajos.
A mis hijas tampoco les gusta ir al bosque, pero yo sé que es sólo cuestión de esperar.
Yo lo encontraba espantosamente aburrido y poco interesante. No teníamos equipo de montaña adecuado y mis pies rabiaban de frio dentro de unas viejas katiuskas.
Nos solía acompañar Chucho, un señor mayor y curtido que conocía muy bien la Reserva del Saja.
Con él buscábamos huellas de corzos en la nieve y seguíamos sus movimientos. Veíamos las cagarrutas de estos animales que, con su calor, taladraban la nieve. A veces incluso llegábamos a encontrar los restos de alguno atacado por un lobo. Mamá nos tapaba los ojos pero yo no quería perdérmelo.
Observábamos los árboles, repasábamos los nombres de las montañas, señalábamos buitres en el cielo y sacudíamos la nieve que, posada sobre las plantas que sobrevivían al invierno, dibujaba filigranas.
Me fascinaban las frezas con su deliciosa gelatina redondita transparente; siempre me dejaban llevarme unos pocos huevos a casa para que pudiera observar atónita como se convertían en renacuajos.
A mis hijas tampoco les gusta ir al bosque, pero yo sé que es sólo cuestión de esperar.