58- Dile a Laura que la quiero (Manuel Menéndez)
Por los altavoces Dire Straits nos invitaban a bailar en la piscina. El olor a cloro diluía el recuerdo del curso. El verano se antojaba eterno.
Chapoteábamos y nos empujábamos como niños que éramos. Entonces llegaron ellas. Nos veíamos en clase; a veces, quedábamos los sábados. Pero cuando Julia, Mónica, Pilar y Laura nos saludaron y empezaron a desprenderse de la ropa, el mundo cambió. No recuerdo nada de las otras tres, pero los pechos de Laura…Han pasado más de treinta años y aún los veo: el bikini ajustado, quizás del verano anterior, el lunar justo encima de su pecho izquierdo, las marcas blancas… Y mi Meyba. Mi Meyba en expansión brusca, víctima de un súbito bombeo de sangre adolescente rica en hormonas. Mis amigos salieron del agua. Yo no pude. Para disimular hice un par de largos. Laura me hizo señas. Ocho largos más. Me gritaron, se enfadaron, merendaron y se fueron, llamándome imbécil, mientras yo seguía a remojo, hasta que la noche, el frío y el cansancio obraron el milagro.
Años después me entrevistaron, tras ganar el campeonato nacional de natación de fondo. Por fortuna, tenía una mesa delante cuando me preguntaron en qué pensaba durante la prueba.
Detrás de un gran logro, además de esfuerzo y dedicación, hay motivaciones personales, algo inmaterial, que no puede medirse, pero es el motor que diferencia a unas personas de otras.
El temor al escarnio público ante una reacción natural ha condicionado la vida de este deportista. A Laura y a su vergüenza les debe sus éxitos deportivos. No sabemos si habría cambiado su vida actual de haber podido manifestar sus sentimientos y pulsiones.
Divertido para el lector, angustiante para el personaje y, como no puede ser de otra forma, muy bien contado. Otro detalle a reseñar, que contribuye a añadir más singularidad aún al relato: no ha muerto nadie.
Un abrazo y suerte, Manuel
Jajajaja. Muy buena precisión Ángel, aunque el protagonista podría haber muerto de cansancio o de exceso de concentración de sangre, pero creo que estoy empezando mi etapa rosa, jaja. Gracias por tus comentarios siempre atinados y amables, amigo!
Muy bueno, Manuel. Difícil encontrar mejor forma de aunar confusión y vergüenza de manera tan natural. Olé y olé.
Suerte y abrazo.
Gracias Rafa, y además, a quien no le ha pasado?…o sea, a mí no, por supuesto, pero seguro que a alguien, jaja!. Un abrazo
Quererla, quererla, no sé…pero desearla, era obvio que sí. Aqui habrá que tirar de refrán: no hay mal que por bien no venga y ahí está el nadador y además con suerte porque no siempre encuentra uno una mesa en esos eventos.
Muy divertido y realista tu micro sobre la vergüenza. Suerte y éxitos.
Gracias, en la adolescencia querer era tan fácil como dejar de querer, creo recordar, jaja!. Sí, una mesa a veces puede ser una bendición, sin duda. Gracias por tu comentario!