584. EL POZO, de Ardilla Voladora
–¡No intentes escabullirte, no te servirá de nada!– escuchó Froilán, poco antes de conciliar el sueño.
A aquel inquietante aullido le siguieron otros cientos, haciendo vibrar las paredes del caserón. Cuando compró el terreno, nadie le advirtió de esos gritos que, pasadas la medianoche, irrumpían espectrales en los alrededores. ¿De dónde provendrían? ¿Acaso de un aquelarre en el bosque? Antes de enloquecer, salió de su alcoba resuelto a averiguarlo. Las voces lo condujeron hasta un claro en mitad de la espesura, donde halló un pozo herrumbroso. Todo ocurrió muy rápido. Froilán levantó la cubierta y se asomó al vacío. De repente, una fuerza indefinible lo succionó sin piedad. A continuación engulló los tilos y castaños más cercanos, las madrigueras de topos, el jardín de la mansión, la piscina, el edificio al completo.
Un cartel de “Se vende” luce de nuevo en el descampado, junto a los lindes de la foresta. Oculto entre la maleza, el pozo acecha a su siguiente víctima.