59. Atardecer en el balcón (Patricia Collazo)
—Está empezando a refrescar —dices con la mirada perdida en las fachadas de enfrente.
Y yo, que no lo había notado, siento un escalofrío en cuanto tu mano se posa sobre tu falda. Como una mariposa moteada que en pleno vuelo hubiera decidido morir.
No te desplomas, tus brazos no caen inertes. Ni siquiera apoyas el mentón sobre tu pecho. Con la hidalguía de siempre, mantienes la cabeza erguida. Sostenida por la pared de ladrillos del balcón, o por tu tozudez. No has cerrado los ojos, nunca admitirías perderte nada. Ni siquiera tu muerte.
Acerco mi oreja a tu boca para cerciorarme de que no respiras y entonces tengo que decidir entre perdonarte u odiarte un poco más. Entre llorar como toda hija debería hacer, o explorar esta alegría cargada de alivio que se va instalando entre mis costillas.
Me siento otra vez a tu lado, como cada uno de los seiscientos veinticuatro atardeceres que llevo cuidándote.
Tarareo una nana, de esas que me cantabas de pequeña. El único recuerdo bueno que guardo de ti. Luego me pongo en pie y de puntillas, no va a ser cosa que cambies de idea, entro en el salón y cojo el teléfono.
Los finales siempre son tristes y duros. En ocasiones el problema no es irse, sino el sufrimiento previo, propio, ajeno y dilatado en el tiempo.
Tu protagonista ha cumplido como una buena hija, pese a alguna que otra rencilla. Es humano que sienta alivio por la carga indudable de la que es liberada, así como esperanza en un tiempo nuevo y más libre.
Un abrazo y suerte, Patricia
La verdad es que tu relato, Patricia, me parece de una calidad literaria digna de una autora consagrada. No sabría si calificarlo como hermoso y trágico, exquisito y despiadado, tierno y cruel…Lo cierto es que en pocas palabras has contado toda una historia llena de matices y sugerencias. Excelente. Mucha suerte y un abrazo.
Muchas gracias, Ángel. Es una alegría encontrar tus infaltables comentarios. Un abrazo enorme
¡Gracias, Alberto! Un comentario demasiado generoso pero que llega al alma. Un abrazo enorme
Pobre hija. Primero vivió un infierno de pequeña, y luego dedica dos años a cuidar al padre…
La verdad, no se lo merecía (el padre, que lo cuidara).
(Bueno, la hija no se merecía tener «malos recuerdos» del padre, en primer lugar, claro).
Muy bien contado.
Un beso,
Carme.
Vaya relatazo, Patri! Plas, plas, plas. Está exquisitamente narrado, con imágenes muy potentes. Me encanta.
Mucha suerte!
Besosss
Uf, Pastricia, me has dejado sobrecogida.
Enhorabuena.
Un relato muy bien narrado de principìo a fin. No podía apartar mi vista del cuerpo inerte de la anciana, ni mi mente de los pensamientos de la hija.