60. Otra forma de mirar (Ginette Gilart)
No hay nada más bello que un atardecer de verano en el mar. A menudo lo decía Guido a sus compañeros de trabajo. Destinado a la fría Noruega echaba de menos el sol de su tierra natal, en el sur de Europa. Cuando llegaba el invierno, los días eran tan cortos y las noches eternas, le atacaba una especie de depresión —la llamaremos melancolía—.
Un año por Navidad los amigos de su pueblo le mandaron un paquete: era una gran lámpara que emitía unos rayos parecidos a los solares. Se exponía el rostro a aquel sol artificial y los inviernos se hacían más llevaderos.
Cuando, por fin, pudo regresar a su país regaló la lámpara al recién llegado que, un tanto extrañado, aceptó el obsequio.
De vuelta a casa, a menudo recordaba con cierta nostalgia los paisajes agrestes de Noruega, sus fiordos profundos y las mágicas luces de sus auroras boreales.
El ser humano es así, nunca estamos conformes del todo con nada. Siempre añoramos lo que no tenemos. Seríamos mucho más felices si fuésemos capaces de disfrutar de lo más cercano, tener presente que cualquier punto del planeta, como cualquier persona, tiene su encanto, solo hay que saber mirar, como bien indicas en el título, aunque mucho me temo que no tenemos remedio, la inquietud permanente es inherente a la naturaleza humana, para bien o para mal, tampoco lo sabemos.
Un relato que ahonda en la psicología, en la percepción que tenemos de las cosas.
Un abrazo, Ginette.