602. RENACER, de Libélula Roja
No supe lo que era nacer hasta que abrí los ojos y me encontré inmersa en un nuevo mundo de sensaciones verdes, azules y blancas suspendido como tutús sobre las aguas del sendero.
Tal era la magnitud y belleza, que me sentía parte de ese milagro. Hasta las cosas más nimias que siempre habían pasado inadvertidas, como las pequeñas piedras redondas del margen del río, se me antojaban grandiosas. El bosque era un precioso puzzle de flores, saltos de agua, árboles y caminos por donde el verde más intenso me acompañaba por doquier. El sonido del agua que corría, los pájaros y el runruneo del viento que rozaba las frágiles hojas, ponían música a tan bella imagen con acordes melodiosos en una sinfonía sin fin. Y las horas pasaron. Era el momento de partir.
Las nubes se ofuscaban, el sol bostezaba cerrando los ojos y el viento jugaba susurrando la llegada de tiempos más blancos donde el sueño invernal cambiaría el paisaje.
La ventana de mi habitación era como un brazo extendido hacia el bosque que aun llevaba dentro. Las sensaciones me embargaban y entré en un profundo sopor embriagada por el placer intenso de una experiencia sin igual.