614. EL BORRICO, de Caucho Tequendama
Sentados alrededor de la fogata, los exploradores escuchábamos las narraciones de Taita Tamalameque acerca del bosque de El Borrico, en cuyas estribaciones acampábamos aquella jornada mágica de nuestro debut montañista…
«Cuenta la leyenda que, antes de retornar al fondo de la laguna de la cual emergió para poblar la tierra, nuestra madre Bachué encargó a su borrico preferido la tarea de proteger, conservar y multiplicar el bosque de alrededor para beneficio de las generaciones por venir».
Todos los congregados, adoctrinados desde la cuna para venerar a los grandes: tigres, osos, águilas, dragones, no comprendíamos cómo Bachué pudo delegarle una misión tan trascendental a semejante animalejo, a menos que el susodicho fuera un borrico con poderes sobrenaturales, pero, salvo por el hecho de ser invisible y de llevar muchísimos siglos atendiendo su misión con modestia, es un jumento ordinario, ante lo cual concluimos que la suya era patraña, una leyenda irreal.
Entonces Tamalameque nos pidió que, simplemente, oteáramos el panorama. Fue así como pudimos constatar que no hay en nuestro país un bosque nativo como el de El Borrico, tan exuberante y lleno de vida.
En sabiéndolo, para ser grandes también, allí mismo nos convertimos en borricos simbólicos.