63. Epifanía
Despertó la mañana del seis de enero de un año que no recuerda y, al desperezarse, vio junto a su cama una bicicleta. Abrió mucho los ojos, se deshizo de las sábanas y empezó a dar saltos sobre el colchón. Sus padres entraron en su habitación preocupados por el revuelo, se miraron muy serios, y acordaron avisar a sus majestades para que se llevaran aquella máquina que lo había vuelto loco. Él no supo reaccionar, pero respiró tranquilo cuando le dijeron que ya se habían ido y no tenía más remedio que quedársela. Después de desayunar llegaron las risas mientras la estrenaba, guardando el equilibrio a duras penas y a punto de estallar de felicidad.
Ahora que le restan pocas hojas en su calendario, la nostalgia le aprieta el pecho la víspera de Reyes. La intenta neutralizar escribiéndoles la misma carta desde hace años, con una cuidada letra por si en las anteriores no entendieron lo que pedía. A la mañana siguiente el canto de un gallo lo despierta, abre los ojos, aparta las sábanas, salta sobre la cama como un loco y mira la puerta, con la esperanza de que el revuelo haga que la vida dé marcha atrás.
Tu relato es pura fantasía, como corresponde a la fecha que celebras y, además, está escrito con muy buena letra, se entiende perfectamente. A ver si hay suerte…
Sin palabras me dejas, Pablo. Sólo me ha quedado una: PRECIOSO.
Besazo.
Cómo olvidar una mañana de Reyes en la que SS.MM. dejaron una bicicleta. Ilusión y una vida por delante con ese recuerdo imborrable. Al momento irrepetible se le unen las pocas páginas que van quedando en el calendario, una sensación agridulce que haces que tu personaje la transmita de tal manera que es imposible no hacerla un poco nuestra.
Un abrazo grande y suerte, Pablo
Triste y bello, vuelvo a mi infancia, aunque mis reyes solían frustrarme porque no me traían lo que deseaba, pero la ilusión que vivi mientras esperaba los regalos, esa, esa no la he sentido igual. Tu personaje la quiere atrapar y desea algo imposible, la magia no llega tan lejos.
Qué super bonito!