635. VISITAS, de Muérdago
El bosque se fue de excursión. Desde siempre había querido conocer el sitio de donde venían aquellas personas que llegaban haciendo ruido a bordo de automóviles o motocicletas, cargados con maletas o mochilas y llenando su espacio de ruidos y olores a gasolinas y humos.
El bosque entero se puso en marcha y empezó la aventura con un cosquilleo en los troncos y en las ramas, en las flores y en la hojarasca de los senderos.
Llegó al amanecer, a tiempo de ver como tras las chimeneas, los rascacielos y los tendidos eléctricos, el sol se desperezaba sonrosado y joven.
El bosque entero se maravilló de las farolas aun encendidas, de los quioscos con las noticias frescas de tinta. Se esparció silencioso por la ciudad, camuflándose en plazas y jardines, emparejándose con otros árboles, otras hojas y otros senderos urbanos.
Nadie lo extrañó. Los pájaros se posaron en las ramas, la gente dejo sus huellas al caminar y el viento levantó las hojas en remolinos verdes y dorados.
Al anochecer, el bosque emprendió el regreso, con la sensación de que posiblemente la mayor diferencia entre la ciudad y él era el respeto hacia el otro.
El bosque entero se puso en marcha y empezó la aventura con un cosquilleo en los troncos y en las ramas, en las flores y en la hojarasca de los senderos.
Llegó al amanecer, a tiempo de ver como tras las chimeneas, los rascacielos y los tendidos eléctricos, el sol se desperezaba sonrosado y joven.
El bosque entero se maravilló de las farolas aun encendidas, de los quioscos con las noticias frescas de tinta. Se esparció silencioso por la ciudad, camuflándose en plazas y jardines, emparejándose con otros árboles, otras hojas y otros senderos urbanos.
Nadie lo extrañó. Los pájaros se posaron en las ramas, la gente dejo sus huellas al caminar y el viento levantó las hojas en remolinos verdes y dorados.
Al anochecer, el bosque emprendió el regreso, con la sensación de que posiblemente la mayor diferencia entre la ciudad y él era el respeto hacia el otro.