64. Caso cerrado
La casa tiene un porche, una fachada con las paredes blancas, dos ventanas de guillotina a los lados de la puerta, un llamador en forma de cadena y un tejado de zinc. El silencio saluda la llegada del comisario. Los agentes callan al ver su imponente figura vestida de negro. Lleva un sombrero de fieltro que bien podría estar de moda si viviéramos en los años cincuenta. Se lo quita cuando entra. Observa con detalle cada rincón de la sala. Queda claro que hubo una pelea, piensa. Lo demuestran los muebles esparcidos por todas partes. La víctima cuelga de una cuerda atada a una viga. La televisión permanece encendida sin volumen. En la pantalla, unos dibujos animados hacen aún más tétrico aquel cuerpo sin vida. Recoge del suelo jirones de ropa oscura que guarda en una bolsita. Después, le corre un cosquilleo por el espinazo de puro placer al contemplar la escena completa. Aunque ha dejado algunas pruebas, las que lleva en el bolsillo, reconoce que el asesino ha hecho un buen trabajo. Antes de marcharse, lo ve reflejado en un espejo mientras se pone un sombrero pasado de moda.
Vaya, Pablo, que cinematográfico que te ha quedado. Con ese doble juego de comisario y asesino que observa la belleza de su obra, la muerte rodeada de caos. Y el toque del sombrero me ha encantado, un detective, comisario, o investigador tiene que llevar un sombrero que le de empaque. Me gusta mucho.
Un abrazo y suerte.
Toma, Pablo! Te ha salido redondo! Cómo bien dice Rosalía, está de cine. Cine negro, eso sí. Ya desde el principio, con la descripción de la escena del crimen, pero ese cierre es magistral, digno del mejor microrrelato. Chapeau!
Abrazos bien fuertotes.
Lo has encerrado para siempre dentro del espejo. Los lectores somos los únicos enterados , guardaremos el secreto, este detective cinematográfico debe salir más veces.
Sin el detalle del sombrero, tan cinematográfico, no habríamos sabido que el asesino y creador del escenario caótico iba a ser el máximo y más cualificado responsable para resolverlo, nadie podría sospechar de él de entrada, menos aún cuando es el creador de ese decorado de cine o novela negra a su propia conveniencia, por supuesto.
Un relato con buen aliento clásico, que hace buena la creencia de que el asesino siempre regresa al lugar del crimen.
Un abrazo grande y suerte, Pab(o.