66639. QUIS UT DEUS?, de Eduardo Iáñez
Azrael siempre había temido ese momento. Hacía cuarenta días que había caído la última hoja a los pies del trono de Dios, y esta era la última alma que acompañaría a los reinos inferiores. Por fin dejaría de sufrir este ambiente sulfuroso, calcinante, y podría abandonar el cinismo mefistofélico en sus razonamientos.
—Ángel de la Muerte —le espetó entonces Luzbel—, ¿estás preparado para tu propia inexistencia?
Aunque durante eones había sopesado todas las almas, Azrael no tenía respuesta. Y mientras Luzbel le sonreía, él seguía preguntándose: «Y si soy el último de los vivos, ¿quién será mi valedor?; ¿quién rodeará mi nombre en el Libro con un círculo de luz?»