672. LA EXTRAÑA HUESTE, de Raposo
Desde hacía algunos días, todas las madrugadas, a la misma hora, Rebeca creía oír pronunciar su nombre. Unas veces parecía ser el viento el que traía en sus efímeras alas aquellas tres sílabas inconfundibles; otras la lluvia al caer con fuerza inusitada sobre el tejado de pizarra de la casa rural donde vivía; algunas otras la quietud de las sombras nocturnas se interrumpía durante unos pocos segundos para dar paso a algo parecido a un susurro…
Ella siempre intuyó que la respuesta a aquellas sutiles llamadas estaba en el bosque que envolvía con su misterio todo aquel hermoso y frondoso paisaje. Además, había aprendido desde niña que el bosque es algo vivo que respira, observa, siente y, de vez en cuando, se cobra algún que otro tributo.
-Rebeca, Rebeca –parece gritar una y otra vez la noche.
El aire trae olor a cera derretida mientras las dos hileras de túnicas blancas con capucha esperan, con velas encendidas, a que Rebeca coja la cruz y el caldero de agua bendita, y se ponga al frente de la extraña hueste. A los habituales sonidos nocturnos del bosque, hoy se ha unido el de una campanilla que alguien toca de vez en cuando…
Ella siempre intuyó que la respuesta a aquellas sutiles llamadas estaba en el bosque que envolvía con su misterio todo aquel hermoso y frondoso paisaje. Además, había aprendido desde niña que el bosque es algo vivo que respira, observa, siente y, de vez en cuando, se cobra algún que otro tributo.
-Rebeca, Rebeca –parece gritar una y otra vez la noche.
El aire trae olor a cera derretida mientras las dos hileras de túnicas blancas con capucha esperan, con velas encendidas, a que Rebeca coja la cruz y el caldero de agua bendita, y se ponga al frente de la extraña hueste. A los habituales sonidos nocturnos del bosque, hoy se ha unido el de una campanilla que alguien toca de vez en cuando…