676. REMINISCENCIAS, de Bellota 2
Existen lugares donde nos encontramos más cerca de nuestras raíces primordiales; lugares en que sentimos una paz serena y una sincronización espiritual rayana al éxtasis. Esas sensaciones son, quizás, partes ya olvidadas de nuestra memoria de especie o tal vez recuerdos de antiguas vidas, traspapeladas en nuestra alma como viejas cartas escondidas entre las páginas de un libro descuadernado.
Estas percepciones llegaban hasta Vicente al deambular por bosques frondosos y solitarios y, solo al encontrarse rodeado del más profundo silencio, las imágenes de otros yos, ya extinguidos hace siglos, se mostraban ante sus ojos como instantáneas de un pasado remoto.
Fue en uno de sus vagabundeos por tales espesuras, al adentrarse en un pequeño claro alfombrado de amapolas, cuando le asaltó por vez primera la efímera visión de aquella a la que amó en otro tiempo y en otra existencia. La vio arrodillada recogiendo flores bajo la protectora figura de un roble añejo y, al cruzarse sus miradas, una dulce sonrisa de reconocimento brotó de su rostro.
No os alarméis, pues, cuando paseando entre los árboles, oigáis sus llantos mientras yerra por siempre persiguiendo, sin jamás hallarlo, su amor perdido en el abismo de la historia.