697. BOSQUE PROFUNDO, de Perenne 2
Una mañana de septiembre, cuando aún los rayos caniculares eran rojos como sangre, Blanca se encontraba absorta frente a su última inspiración y, agarrada a dos pinceles manchados de verde húmedo, perdió el conocimiento.
En el momento en el que Blanca recobró la conciencia, ya se hallaba aprisionada entre paredes grises que estuvo contemplando varias semanas con las reminiscencias en su memoria de aquel lugar, que ella, secretamente, había llamado Bosque Profundo y que se derramaba, con verdadera obsesión, por todos sus lienzos.
Blanca contempló el silencio de un campo que dormía la siesta en sopor enfermizo. Caminó por un sendero. El sol tostaba su piel con el calor de un mimo dulce. En el horizonte se distinguían las azules montañas tal que espejismos. Gotas de sudor caían y se detenían en sus labios con sabor cansado y salado. Entonces el camino descendía en una hondonada verde, mágica, que suponía un alarido en la calma de los campos de cereales y piedras. Bosque Profundo en medio de la tierra aurea.
Cuando Blanca tomó nuevamente sus pinceles, el paisaje se extendía bajo el sol como una tela con remiendos ocres y rojos. Bosque Profundo no existía más que en sus lienzos.