72. Al otro lado del mar
Incapaz de lanzarse, unos brazos firmes lo empujan. Cae con fuerza.
El agua helada le corta la respiración.
“Sigue adelante, no te pares”—le susurra la noche.
Tiene miedo, pero no es capaz de llorar. Como un autómata se mueve rápido, sin hacer ruido, buscando la invisibilidad que le otorga el silencio.
Su hermano va tras él. No puede verle, pero lo sabe. Su respiración agitada lo delata.
Tras interminables brazadas, las olas lo empujan hacia la orilla. A lo lejos unas luces intermitentes iluminan la escena. El no lo sabe, pero en tierra firme una nube de desconocidos les aguardan agitando los brazos.
A ciegas se deja llevar, mientras su mano infantil sujeta con fuerza la bolsa de plástico que guarda su corta vida en el interior.
El sol empieza a despertar cuando una áspera manta le cubre el cuerpo empapado.
Lo ha conseguido. Ha llegado… a no sabe dónde.
Entre palabras de aliento, una mano helada le oprime el pecho en el momento en que una traicionera lágrima, la primera, se escapa rodando de vuelta al mar.
Consigues, con tu forma de contárnoslo, que casi acompañemos en sus brazadas al niño protagonista, una tras otra, tratando de alcanzar su ¿destino? Muy emotivo, Susana. Y muy bien escrito. Enhorabuena y suerte. Saludos.
Hola, Susana.
No siempre el logro resulta satisfactorio. A este niño o joven le ha sucedido en tu texto. «Lo ha conseguido. Ha llegado… a no sabe dónde». No me cansa citar a Malraux, el existencialista francés, su el hombre es una pasión inútil, pues anda que un niño o un joven, muchísimo más vulnerables. Solo nos queda llorar, como consuelo supremo, desde los reinos negros de la noche hasta los renacidos despuntes del día. Esa lágrima rodando de vuelta al mar es una imagen de primera, de muy alta calidad y sugestión muy profunda. Ojalá alcanzara a conmoverlo esa lágrima. Que lo dudo, pues esa masa líquida es inasequible a los sentimientos, salvo que se trate de todas las lágrimas de todos los dioses. Me encanta tu texto. Felicidades. Y un beso.