73. La parcialidad del observador estático
Vivir junto a una carretera te hace sentir que es el mundo, y no tú, lo que está de paso. En la inocencia de mis pocos años, incluso llegué a concebir la idea de que los vehículos viajaban sin origen ni destino, existiendo como universos en sí mismos, con lo que aquellas familias en sus utilitarios, los estridentes motocarros, los autobuses de línea, la caravana del circo, la vuelta ciclista…, habrían estado condenados a vagar sin pausa por siempre, trazando quizá órbitas caprichosas y arbitrarias sobre nuestra vieja casa.
La muerte era para mí por entonces un animalito reseco atropellado en el asfalto. El tiempo, algo comparable a un camión de heno, cuyo continuo revuelo de briznas dejado atrás nunca lograba mermar su carga. Y la guerra un convoy militar que pasó una mañana, y en el que circulaban camionetas donde a buen seguro iban encerrados, junto a mi pierna izquierda, mi padre y todas las personas que, según mamá, esta se había llevado.
La vida, sin embargo, era un concepto tan manifiesto como impreciso; algo capaz de conciliar sin paradojas que aquel niño expectante pudiera cruzar la mirada consigo mismo —aunque varias décadas después— pasando veloz en una motocicleta.
Un relato formidable. Prosa poética, repleta de alegorías. Esa imagen del convoy de guerra es demoledora. Aunque no veo las sábanas por ningún sitio, sin duda tu texto habla de la infancia perdida y de una forma maravillosa. ¡Me encanta!
Muchas gracias por todo, Rebeca. Eres muy generosa. Debo decir que esta imagen me ha puesto difícil la tarea, y creo que es porque me sugería tantas cosas que no lograba elegir las necesarias para escribir la historia. Al final me he conformado con intentar plasmar, entre otras cosas, esa infancia perdida que tú bien dices, con su visión incompleta sobre el mundo, así como provocar un encuentro entre sus anhelos de niño y su nostalgia de adulto.
Un abrazo.
Ojalá yo pudiera ser parcial observador… o lector, pero nonlo soy, soy fan tuyo desde que leí tu primer relato… soy «mochonista» declarado. No obstante creo que mi parcialidad no me ciega, que veo (y leo) claro y soy justo al afirmar que este relato tuyo es una matavilla, tan hermoso y doloroso, tan equilibrado, tan inquietante, que me emociona como lector-escritor.
Felicidades y suerte, compañero!!
Un abrazo
Qué cosas dices, Salva, precisamente a un Terceñista incondicional como yo, jajajaj. Me abrumas con tu entusiasmo, sobre todo porque tus relatos, sinceramente, me parecen de un nivel inalcanzable para mí (ya tuve ocasión de decirte algo parecido a propósito de un ENTC tuyo, aunque ahora mismo me viene a la cabeza aquel maravilloso «Las luces del camino», escrito para una eliminatoria de copa, que me dejó/nos dejó boquiabierto/s), por lo que valoro muchísimo que te haya gustado esta historia, que, dicho sea de paso, estuve a punto de no acabar porque no sabía cómo. También me estimulas para la próxima, ?.
Muchas gracias por todo.
Un abrazo.
Magnifico relato. Las sábanas son las videncias de ese chico tendidas al universo.
Buen fin de verano.
Muchas gracias, María. Muy bonito lo de las sábanas; te lo compro, ;-).
Un abrazo y feliz fin de verano.
Felicidades Enrique! Hay frases míticas en este texto. Me quedo especialmente con esas briznas de heno del tiempo.
Un abrazo
Muchas gracias, Mar. Has sido muy generosa en tus palabras.
Un abrazo.
Nos ofreces en este espléndido relato la peculiar visión del mundo -y sus dolorosas circunstancias- de un niño afectado por una guerra que apenas recuerda y que visualiza en ese convoy militar. Las imágenes de su universo son poéticas y brillantes: el mundo, el tiempo, la guerra, la vida. En todas ellas huyes de los lugares comunes y nos permites adentrarnos en la mente infantil y disfrutar de la belleza de tu prosa.
Felicidades y suerte, Enrique. Un fuerte abrazo.
Muchas gracias, Carmen. Me puse a escribir esta historia después de quizá demasiado tiempo madurando la idea, por lo que habría necesitado muchísimo más espacio para desarrollar todo lo que la foto me sugería. Al final incluso tuve que prescindir de ingredientes que dieron pie al resto, como ese tiempo que pasaba también el protagonista en la parte trasera de la casa y del que Cristina García Rodero dio excelente cuenta, ;-).
Un fuerte abrazo.
Enrique, coincido con mis compañeros, muy buna historia fenomenalmente contada. Suerte y saludos
Muchas gracias, Calamanda; siempre tan atenta y amable.
Un abrazo.
Me ha encantado leer este espléndido, hermoso y original relato, Enrique. Lo dicho, todo un placer.
Un abrazo.
Muchas gracias, Antonio Diego.
El placer es mío por recibir tan estimulantes palabras.
Un abrazo.
Sobresaliente. Siempre me sorprende lo que escribes. Gracias por hacerlo.
Muchas gracias a ti, Íñigo. Exponer lo que escribes a la vista de los demás hace que te esmeres al hacerlo más de lo acostumbrado. Si además te dicen cosas así…
Un abrazo.
Un relato que se asienta del lector y lo mete dentro con maestría.
Merecido ganador.
Felicidades!
* adueña, quise decir(dichoso corrector)
😉
Muchas gracias, Yolanda. Y enhorabuena por el reconocimiento a tu magnífico “Tendales”, con todas esas historias llenas de vida que cuenta sin decir, maestra.
Un abrazo.
Expresar de esa manera la visión del mundo desde los ojos de un niño pero con la mano de un adulto, puede ser sorprendente si no se ha leído nada tuyo previamente, pero aún para quienes lo hemos hecho, este relato te deja con la boca abierta y con una sensación de plenitud que sólo los grandes textos consiguen.
Enormemente bueno, Enrique. Te mereces todos los elogios y reconocimientos.
Un fuerte abrazo.
Muchas gracias, Antonio. Tus entrañables comentarios tienen siempre la facultad de hacer que intente merecerlos de verdad en próximas ocasiones.
Otro fuerte abrazo para ti.
¡Enhorabuena! No lo había leído antes y es estupendo.
Muchas gracias, María José.
Un abrazo.