75. Pesadilla Número 43 (María Ordóñez)
La hondonada es verde y profunda, partida por una franja blanquecina.
¿Será cal o son cenizas de aquel infame fuego? ¿O de otros fuegos? No lo sé.
Mi corazón se oprime. Llega gente gimiendo, despacito, sin ruido.
Son muchos y su dolor crece, sube al cielo y se extiende hasta muy lejos.
Me tapo los oídos pero ahí sigue ese lamento largo y triste.
Qué oscuro está todo y huele a muerte. Agudizo la vista. Extrañas sombras se aproximan. Apenas se arrastran. Son cuerpos mutilados, rostros descarnados, esqueletos humeantes que van desprendiendo cenizas. Emergen de tierra que se quiebra a golpe de pico y pala. Tras ellos madres abatidas, padres desolados, familias destrozadas, multitudes agraviadas. El ruido ahora ensordece. Es llanto seco, gritos, súplica de voces estertóreas que se repiten sin descanso.
Volteo.
Gente ciega y sorda por todos lados. Tratan de huir indiferentes, pero resbalan en la sangre derramada. Se incorporan, siguen adelante, se inventan una vida donde no pasa nada. No pueden y no quieren ver ni oír a aquellos que vienen. Pero trepan y caen, trepan y caen. No hay escapatoria.
Mientras, yo siento que muero porque no muero, porque yo sí los oigo y los veo.