75. Próxima estación: Plaza de España (Patricia Collazo)
En cuanto entras al vagón sé que eres la Dulcinea con la que siempre he soñado. Aprieto mi lanza contra la pierna cubierta por la armadura para hacerte un hueco, pero prefieres sentarte dos filas por delante.
Eso me confirma que eres tú. Recatada, tímida, evitas acomodarte junto a un desconocido. Y es que aún no sabes que soy yo.
Siendo el único de todo el vagón que sostiene un yelmo digno del más valiente caballero, debes haberme reconocido. Pero es muy de damisela el hacerse desear.
Me pongo en pie arrastrando mi carga metálica y me acerco. Te giras y veo terror en tus ojos. Tu mano busca la protección del gigante que, ahora entiendo, te acompaña. Tiene en los brazos cabezas de dragones pintadas y cuando me mira, el aro que lleva encajado en la nariz se balancea.
No dudo un instante. Debo rescatarte de sus garras. Clavo mi lanza en su ojo de cíclope ebrio.
Después todo se sucede: tus gritos desesperados, los otros gigantes, la carrera por las vías, mi siniestra perdida en la restriega y el silencio de esta celda en la que empezaré a escribir la mejor novela de caballería de todos los tiempos.
Si don Quijote, con la razón desbocada por las lecturas de libros de caballerías, creyó ser caballero medieval en tiempos de Cervantes, nada impide que alguien quiera ser don Quijote en la actualidad, incluso intenta ser el mismo Cervantes, aunque si lo primero es difícil, lo segundo resultaría imposible, porque la genialidad es única.
Un abrazo y suerte, Patricia
¡Madre mía la que ha liado este don Quijote en el metro! pero su razonamiento y tal como él lo ve es muy loable. Aunque no piensen lo mismo la falsa Dulcinea y el falso gigante tatuado.
El final con esa fusión entre autor y personaje es fantástico.
Me ha gustado mucho, Patricia