75. Sesiones
Convendremos en que el miedo es necesario, sugiere hoy el médico. Hace como que repasa sus notas, pero en realidad me observa de reojo. Mi gesto de asentimiento debe resultarle insuficiente. Háblame de tu miedo, me dice. Si te apetece. Y yo lo miro en silencio como si él fuera mi miedo. Como si en los pelos amarillentos de su bigote residieran mis temores. Mi miedo, le digo al rato, ya lo conoce. Y es él entonces, por su mirada, quien parece haber hallado en mí algo suyo. La pared, quizá, en la que golpear con la mano y gritar “casa”. Verá, doctor, añado mirando el poto sediento del alféizar, hay veces en que siento que no puedo aguantar más, pero al final resulta que sí puedo, y debe de haber pocas cosas peores que eso. Él detiene ahora sus apuntes y me mira con gesto neutro. Suspira disimuladamente. Mañana tenemos que racionalizar esto último, dice. Acaba la sesión insistiendo en la conveniencia de relativizar cualquier estímulo negativo. Yo le digo que trabajo en ello, que lo intento a cada momento y con todas mis fuerzas, pero que toda mi capacidad de perspectiva escapa siempre disparada por el punto de fuga.
Los profesionales de la mente, doctores especializados que tratan de mejorar la calidad de vida de quien tiene estigmas internos que lo atormentan, además de conocimientos amplios y concretos, han de tener una paciencia infinita, ser inasequibles al desaliento, incluso cuando los resultados no acaban de mejorar.
Seguro que hay pacientes a los que pueden ayudar, pero otros son difíciles de roer, como el de tu relato, que parece conocer bien la teoría, sabe que sus temores son irracionales, que viviría mucho mejor si no les diese una importancia que no se corresponde con la realidad. Pese a ello, vuelve a caer una vez y otra en el mismo pozo negro.
Un relato sobre miedos que todos albergamos alguna vez, estériles y retroalimentados por la angustia, sin demasiado sentido, pero paralizantes.
Siempre es un placer leerte Enrique, tanto por tu maestría narrativa como por el contenido de tus historias.
Un abrazo y suerte
Nada que añadir a lo que dices, querido Ángel. Me parece excelente el estudio no solo de mi relato sino de esa dificultad que entraña el tratamiento de las disfunciones mentales tanto por parte de los médicos como de los pacientes. Pero sí quiero trasmitirte una vez más mi agradecimiento, cariño, admiración… por tu generosidad y dedicación y otra muchas cosas que tu humanidad deja entrever. Muchas gracias y un fuerte abrazo, amigo.