77. Sin escrúpulos
La mujer que entró en mi despacho podría dejar sin aliento a un batallón de socorristas. Y eso que iba vestida. Necesitaba un abogado porque había sido acusada de envenenar a su marido, aunque creer en su inocencia, según se explicó, era más difícil que encontrar al padre de un senador demócrata. Hasta un juez novato y ciego acabaría condenándola. Hubiera apostado mi licencia a que ningún colega honesto, si esa raza existiese, la habría defendido.
Yo manipulo pruebas, testigos y jueces tan bien como sé eludir mis impuestos, y este caso me interesaba. Con la herencia del muerto incluso Canadá liquidaría su deuda externa; y la viuda iba a estar más disponible que una geisha. Era como ganar el jackpot especial.
Conseguí su exculpación por parte del jurado. También que me confiase sus negocios. Y la recompensa entre sábanas por mis desvelos, pero acabé tan aburrido como si asistiese una y otra vez al mismo encuentro entre los Mets y los Yankees. Tampoco podía fiarme. Joder, era una asesina. Me deshice de ella para evitar cualquier problema. Solo necesité una incineradora. Además, qué importaba. Mujeres no me faltarían. Ahora era yo quien podía saldar la deuda de Canadá.
Espero no necesitar tus servicios; las incineradoras me producen sofocos.
Saludos navideños, Rafa
Pues es una lástima, sobre todo si tienes «posibles». No sabes lo calentita que se está en invierno en una incineradora; y por los sofocos no te preocupes. Se pasan enseguida.
Felices fiestas para ti también, y muchas gracias por el comentario, Margarita.
Has hecho un retrato de una mujer implacable, explosiva en todos los sentidos, cargada de todo tipo de armas prácticas y difícil de superar, pero si se la compara con ese abogado es una hermanita de la caridad. Un relato sobre la ley del más fuerte, del pez grande se come al chico, aplicada con todas sus consecuencias. Muy logradas también esas expresiones que confieren carácter al personaje.
Mucha suerte, Rafa, un abrazo y que disfrutes esta Navidad en la mejor compañía.
No andas muy desencaminado, Ángel. La protagonista estudió en las Ursulinas, aunque no se decidió a tomar los hábitos. Las malas compañías, ya sabes. Supongo que algo le quedó de hermanita de la caridad. Muy en el fondo, pero ahí estaba. En cambio, el abogado fue así desde niño. De pequeño exageraba más que un político en campaña electoral, y ya no pudo desengancharse de su costumbre. El encuentro con su nueva clienta ha sacado, como puedes comprobar, lo mejor de sí mismo. Y no le ha ido mal.
Muchas gracias por tu comentario, Ángel, y que tú también pases unas fiestas de la mejor manera posible.
¡Una perla tu protagonista! Además, escrito en primera persona y jugando con la herencia… ¡Menudo Heredero estás hecho! 🙂
A decir verdad, Edita, que yo sepa, no es mi primo (afortunadamente) ni un pariente lejano del que tenga constancia. Aunque tampoco me importaría recibir su herencia, si no llega a gastársela entera. Pero me temo que tiene otros planes y se la va a fundir, él solito, con mucho gusto.
Muchas gracias por el comentario y Feliz Navidad.
Excelente narrador, sobre todo muy práctico.
El sueño del pibe este abogado…
Un abrazo maestro y suerte.
Los abogados se suelen caracterizar por ser muy prácticos. Este lo tenía asumido desde que en la Universidad aprendió a copiar en los exámenes y a manipular las notas si estos le habían salido mal. En cuanto al sueño de algunos por emular lo que consigue este abogado, conozco a algunos amigos que me han contado los suyos y la verdad es que no difieren mucho.
Muchas gracias por pasarte por aquí y comentar, Moli. Y felices fiestas para ti desde nuestro continente.
Tela marinera el prota de tu historia, hace buena a la asesina.
Un saludo Rafa.
¿Te lo parece, Reve Llyn? Pues tenías que conocer a su socio en el bufete. Con decirte que estaba pensando meterse en política… como candidato republicano, por supuesto. Este sí que es una joya. Mejor no te lo presento. Me da reparo hasta contar la historia de cómo enredó para dejar sin agua caliente a un colegio entero de huérfanos el día de Navidad, justo cuando estaban la ducha.
Muchas gracias por tu comentario y felices fiestas.
Me quedé sin palabras para comentar este relato jaja. Muy bueno.
No te preocupes, Mónica. El abogado tiene labia suficiente para todos. A mí me ha llamado, en confianza, para echarme un sermón por no haber explicado que es joven, guapo y que pasa dos horas al día en el gimnasio. Por si alguna estaba interesada. Me tuvo una hora al teléfono.
Muchas gracias por tu comentario, y felices fiestas.
Un tipo peligroso, este abogado tuyo de sucias maneras. Lo has retratado muy bien, con toda su frialdad y chulería. Me ha gustado mucho. Gracias y suerte, Rafa.
Fíjate si es chulo que desde los catorce se peina con el pelo para atrás, fijado con un bote de gomina cada vez que lo hace, por lo menos. Además tiene la costumbre de llamar «muñecas» a las mujeres, y no solo en los momentos de intimidad.
Muchas gracias por tus palabras y deseos, Belén, y felices fiestas.
Muy bueno Rafa. Le has dado la vuelta a la tortilla con humor y buenas letras. Divertido relato que me ha recordado a la manera de explicar de Eduardo Mendoza. Mucha suerte 🙂
El abogado me ha dicho que se va a leer todas las novelas de ese pseudodetective sin nombre que ha inventado Eduardo Mendoza, y que te dé las gracias por ser siempre tan amable con tus comentarios y por tus deseos.
Una historia muy cinematográfica, con frases memorables y un peculiar sentido de la justicia. Lo realmente notable es que todo quepa en 200 palabras. Felicidades Rafa.
El abogado es el mayor de cinco hermanos, y durante su infancia le encargaban a él repartir caramelos entre todos. Fue entonces cuando aprendió cómo administrar justicia de la mejor manera posible. Más adelante vendería la historia de su vida (sin explicar que era autobiográfica) a un estudio de Hollywood. El guion se rodó en blanco y negro, pero el resultado fue la típica película de serie B que pasó totalmente desapercibida.
Gracias por tu comentario, Anna. Nunca deja de sorprenderme lo que se puede contar con 200 palabras, y a veces, incluso, con menos.