78. Juan Sin Vergüenza (Tomás del Rey)
Érase que se era un niño, llamado Juan, que no conocía la vergüenza. Daba besos y hacía sus monerías a quien sus padres le pusieran por delante. Luego, ya adolescente, disfrutaba cuando su mamá iba a verlo a la puerta del instituto, le hacía mimitos y le arreglaba el pelo delante de sus amigos.
Un especialista sentenció que la ausencia de determinada hormona le impediría avergonzarse para siempre.
Juan peregrinó durante años en busca de soluciones: visitó un convento de madres ursulinas y, salvo espantarlas a todas, no obtuvo ningún avance; localizó a los payasos callejeros y a los mimos más lamentables, pero no logró ruborizarse ni como espectador ni reproduciendo él mismo los números que perpetraban. Finalmente, puso un cartel en el recibidor de su casa para recordar que no debía abrir la puerta sin ponerse al menos unos calzoncillos.
Le dijeron que tenía talento para la política. Su ascenso meteórico en el partido le llevó hasta la cúpula donde se fijaban estrategias y pactos. Al poco tiempo, notó cómo una quemazón desconocida le nacía desde las tripas y le hacía enrojecer por dentro y por fuera. Junto con su dimisión, dejó también una carta de agradecimiento.
No hay nada más vergonzoso y falso que determinados políticos. Es lógico que donde no llegó la ciencia, para insuflar amor propio y algo de rubor, conveniente en ocasiones, lo consiguiera esa actividad de la que, a menudo, visto lo visto, muchos no deberían enorgullecerse, sino todo lo contrario.
Recuerdo un personaje de guiñol en mi niñez, un «Juan sin miedo». El tuyo, carente vergüenza, me parece que lo actualiza y le rinde un gran homenaje con este buen relato.
Un abrazo y suerte, Tomás