81. 1600 a.Q. y d.C.
Dulcenombre de María empujó el carro en el que transportaba dos grandes odres. La cuesta parecía más pendiente al atardecer y la subió con esfuerzo. Sudorosa, dejó los pellejos dentro del molino vacío. La siembra de aquel año era escasa y apenas quedaba grano dentro del depósito. La joven se sentó sobre unos atados de paja. Sintió el aire fresco del recinto y sesteó allí un poco.
La despertaron las pisadas de un caballero asomado por el vano de la puerta. Al contraluz los odres parecían dos bestias corpulentas. El forastero se asustó y blandió la espada en alto, pero la chica se interpuso para evitar que los rajara y se perdiera el vino que contenían.
El caballero pidió disculpas. Se presentó como Miguel, soldado y poeta. Ella prefirió darse a conocer como Dulcinea que, a pesar del arabismo, ocultaba su origen de huérfana indiana, proveniente de América. Indicó al extraño el camino más corto para llegar a caballo, hasta una posada en El Toboso.
Lo despidió agitando la mano cuando el sol se ocultaba tras las aspas del molino derramando su sombra colosal, como la de un gigante a punto de saltar sobre la planicie.
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Es sabido, y lo hemos experimentado, que los escritores, componedores de fantasías, tienen como materia prima, de manera paradójica, la realidad, que luego transforman. En tu relato aparece el mismo autor y uno de los personajes de su obra más universal, así como diversos elementos que le sirvieron de inspiración. Que los odres de vino terminasen agujereados en la ficción y no en la demuestra que la imaginación solo necesita un empujoncito para crecer sin límites.
Un abrazo y suerte, Pablo
El relato muestra el antes del Quijote, la inspiración de la que Cervantes pudiera haber bebido para luego escribir su novela. La redacción es perfecta.
Que bonito, Pablo. Quién sabe si no fue así como llegaron las musas hasta Cervantes. Además, como bien dice Edita, bien escrito.
Un abrazo y suerte.