85. LATIDOS DE UNA CORTEZA, de Madera
Era del color templado del fuego, como lo es el cielo cuando se apaga la luz de un día soleado de Octubre. Y como lo hace la noche, atardecía en silencio, legando su regazo a aquellos que le visitaban sin más pretexto que el de sobrevivir a los sueños, sin más razón que la de soñar otras vidas. Con sus ojos, como nudos, contemplaba cómo se acurrucaban los duendes a la par que escribían poesía, mientras los senderos de débil trazado acariciaban sus arreboladas ruinas.
Estaba muerto, sí, pero ya no sufría. No tenía hojas, pero las sentía.
Lucía una melena tosca que aclaraba con el rocío, la peinaba con esmero y así le daba la sombra al rayano castaño que le sostenía.
Estaba muerto, sí, se había ido con prisa, pero no había en aquella floresta una corteza que germinara más vida.