86. De lo que son y fueron
Dormían en camas separadas desde que el médico se lo recomendó a Manuel. María, en parte, lo agradecía, él siempre tenía calor y ella usaba calcetines. Una mesita de noche hacía de trampolín entre ambos mundos nocturnos. A veces, la providencia se ponía de acuerdo y los hacía coincidir en el momento de apagar la luz y así rozar sus manos. Disculpa, fue sin querer. No te preocupes, yo también tengo sueño. Descansa. Cuando eso sucedía les costaba invocar a Morfeo, aunque vueltos de espalda lo disimularan. A sus mentes venía el mismo recuerdo. Los viajes en tren de Manuel a la mina, María en el andén que lo despedía y él que ansiaba el regreso; momento en el que aún no se habrían tocado que ya se estarían besando. Por aquel entonces la cama era única, pequeña y caliente. Dame la pastilla María… ¿Te encuentras mal? No, la otra, la azul. Ambos descienden a quejidos de las camas y las juntan para, por una noche, ser de nuevo María y Manuel.
Hola, Bea!! Me ha encantado tu relato. Esa soledad que explota por dentro cuanto más cerca estás de la persona que te hace sentir solo. Esa soledad insalvable, por mucho que se acorte la distancia. Esa soledad de cama de matrimonio donde ya ni se llora.
Grande, como siempre, tu sensibilidad.
Felicidades y suerte!
Muacks!
Hola Salva, gracias por pasar por aquí y comentar. Me encanta que te encante 🙂 y sí, la soledad más dura es la que sientes cuando no estás solo. La rutina, el paso de los años,… pero siempre hay esperanza, no? Un abrazo enorme, nos leemos suerte a ti también.
A unos centímetros de distancia se abren abismos.
Tú relato invita a reflexionar sobre el devenir de algunas relaciones con el paso del tiempo.
Muy bien narrado, como siempre.
Suerte y felices fiestas!
Gracias Yolanda. Reflexionar siempre es bueno 🙂 un placer leerte, mucha suerte a ti también. Y felices fiestas, o lo que queda de ellas jaja
*Tu no tú, quise decir. Estos correctores… 😉