86. Excepción (Siigonis)
Como cada diez años, todos los jóvenes se reunieron en el puerto y salieron al mar con sus barcas. Era una tradición centenaria. Los muchachos apuestos, de voz suave y que mejor cantaban se llevaban a las más hermosas. Él, en cambio, poseía una voz distinta, dura, rota. Al igual que los demás, la había entrenado desde que alcanzó la madurez. Sus profesores le reprendían y aseguraban a sus progenitores que llegado el momento fracasaría.
Empujó su barca y remó lejos de la orilla. Sus compañeros cantaban al unísono. A los pocos minutos, empezaron a aparecer. Rubias, pelirrojas, castañas… todas preciosas. Algunos volvían ya con la suya, recibidos entre vítores de sus familias. Él cantaba una melodía oscura y nostálgica. Apenas quedaban unas pocas barcas en el agua cuando apareció ella, mirándole curiosa asomada a un costado del bote. No había visto nada igual: sus ojos no eran azules como el mar, sino negros como la tormenta. Sus escamas no eran suaves, parecían de piedra fina. La ayudó a subir y remó con ella hasta la orilla.
Muchas regresaron al agua poco después. Ella se quedó; se desprendió de sus escamas y las colgó en el balcón.
Sara, que final tan bueno y original. Suerte y saludos
El encanto de lo diferente. Me gusta.
Suerte y abrazo
Me gusta. Un abrazo cálido Sara.