86. Primera línea (Patricia Collazo)
Parte en cuanto despunta el sol. A los héroes no les importa madrugar. Cruzada sobre la espalda, la sombrilla grande, y repartidos entre sus brazos, la nevera azul, esterillas, cubos, palas, toallas y tumbonas.
Ella niega con la cabeza. Tampoco esta vez ha podido convencerle de que se quede. Desde el balcón lo ve subir con dificultad la cuesta hacia el paseo marítimo.
Él disimula los resoplidos con un silbido gastado y transita por la arena recién rastrillada hasta el lugar preciso: húmedo pero lejos del alcance de la pleamar. Allí clava la sombrilla y marca los lindes del terreno con esterillas, tumbonas y chanclas.
Sentado, observa al mar gelatinoso a través de sus cataratas. Esa es la única licencia que se da. Luego, todo será litigar contra los desaprensivos que llegan a la playa a cualquier hora.
Nada puede contra sus poderes. Imperturbable, detecta y neutraliza cada pie descalzo, cada toalla ajena invadiendo su parcela.
Al atardecer, recoge esterillas, tumbonas, cubos que nadie ha usado (los hijos y nietos hace rato que prefieren veranear en el extranjero) y se marcha a casa con su piel de camarón y la satisfacción del deber cumplido cubierta de arena.
Magnífico retrato de ese especímen mediterráneo lejos del riesgo de extinción. Buenos augurios de éxito.
Besos, Patricia.
¡Muchas gracias, Rafa!
Hola, Patricia.
Conviertes un tema nimio en súper con tu manera de escribir.
Besos.
¡Muchas gracias, Martín por la visita y por el comentario!
Personas de una cierta edad que, a falta de otra obligación o ambiciones, se toman muy a pecho el escaso terreno en primera línea de playa que toman al asalto, hasta que vuelven a su hotel o apartamento. Personas que necesitan una causa a la que entregarse, héroes naturales que, a falta de otras acciones épicas que requieran su intervención, se las inventan, se las creen y rayan la obsesión, un poco como Don Quijote, aunque con otro estilo más pegado a la tierra, o a la arena.
Decir de un texto tuyo que es original y está narrado con maestría es quedarse corto. En su lugar, hay que agradecer el disfrute que supone su lectura.
Un abrazo y suerte, Patricia
Qué contestarte, Ángel, que un Gracias enorme. Por tu generosidad y por leerme con tan buenos ojos.
Un abrazo
Como todo el mundo te echará merecidas flores (yo también, claro), aprovecho para desentonar y comentarte un detallito que me cuesta comprender, seguramente por un error mío de imaginación o perspectiva: ¿no sería más lógico bajar la cuesta hacia el paseo marítimo que subirla? El paseo marítimo suele estar al nivel del mar… 😉
Hola, Edita. Mil gracias por tu comentario. Tienes razón. Aunque no sé si siempre necesariamente el paseo marítimo debe estar cuesta abajo respecto a una localización X de un pueblo o ciudad, es cierto que parece la imagen más habitual. Tomemos mi cuesta arriba como una pequeña licencia poética. Entre nosotras, quería dificultarle la tarea a nuestro héroe.
Un abrazo.
Me sumo a los parabienes anteriores. Nos cuentas una sencilla y sensible historia, donde podemos ver, po ejemplo, cómo esa pequeña manía que algún día tuvo sentido y puede que fuera alentada por su familia, ahora supone un aliciente (tal vez el único) para que nuestro heroe se sienta útil y siga adelante. Y qué decir de la mujer, que aunque niegue con la cabeza, resignada, seguramente se da cuenta de que todas esas acciones le dan vida. Enhorabuena. Suerte y un saludo, Patricia.
¡Muchísimas gracias, Jesús! Un gran abrazo
jajaja Patricia,
Muy buena descripción de esos seres que deben abundar por las playas del Mediterraneo en verano.
Original propuesta la de tu héroe.
Un abrazo
¡Muchas gracias, Blanca!
Un abrazo
Patricia, bien escrita esta historia, aparentemente rutinaria en su caso, y si en las playas y en esas edade. Suerte y saludos
Muchas gracias, Calamanda. Un abrazo
Otro muy buen relato, como los que nos sueles dejar en este espacio.
Un fuerte abrazo de verano.
¡Gracias por la visita, María!
Va de vuelta ese abrazo veraniego.
Enorme realidad, gran relato Patricia!!! Mucha suerte