87. INFRANQUEABLE
Escucho los sonidos que me llegan del exterior. El viento me trae los sones de su armónica. Sigue ahí, tocando para mí. El cartero me traerá sus palabras un día más. A él le llegarán las mías. Sus misivas traen el número de mi calle y mi piso, las mías el nombre de un parque. El contenido es siempre el mismo, sólo cambian las frases y, sin embargo, no cesamos de enviarlas, como si esos pliegos de papel fuesen misiles capaces de derribar los muros que nos separan, como si las paredes que me protegen fuesen a caer fulminadas por sus deseos de abrazarme; las mías no son menos y claman para que él venza su fobia y entre en casa. Somos dos prisioneros sin carcelero alimentados por la esperanza de dar con la llave que encaje en el cerrojo de nuestras celdas.