92. Cuerda de mástil
Desde las barbas de una pluma, a la lengua de un fósforo vago, va goteando el cuenco de sopa que habrá de tomar, acometido por tropezones de notas hielo encauzados a encender las azanquilladas fes. Resbala después una verdad, salpicándolo todo, disuelta, cree, en el caldo. A las puertas de la voz, prendida en la comisura, cuelga una sonrisa torcida; al nacimiento de un brazo, una muy vieja guitarra. Repetidos años, a doble fila, están recorriendo el firme, por delante de la chapa de las botas, dirigiéndolas al relente de la calle, en el cruce de gentes, sobre el sitio de nadie, hasta el paso parado. Con la frente hacia el azul, no se ha dejado embromar y ha descubierto edificios que construyen mercados de altura soberbia que ocultan estelas. Al punto ha de volverse a los pies, y ante el fin de un camino, en la hora tardía, va a retorcer la sonrisa a la luz de artificio y al rasgueo de su haz, a pensar cómo se puede soñar sin cielo, sin estrellas. Y se va.