92. El poeta del post-it
Tenía la costumbre de escribirme versos en un post-it y dejarlos sobre el tetrabrik de leche de avena en la nevera. << Si a tu Ozo quieres volver a ver, por las baldosas tendrás que correr>>. No era muy romántico ni sofisticado, pero su particular imaginación, entretenía. Así que deshojé margaritas por él al menos durante 3 veranos, mientras viajábamos literariamente a la luna en abejas peludas y visitábamos platanetariamente los semáforos de todas las encrucijadas en forma de asterisco.
A veces me preguntaba si aquello tenía futuro. Incluso si tenía sentido más allá de mantenerme en un estado de éxtasis perpetuo. Si, cuando consiguiera rascar más allá de esa pelambrera rubia, sólo encontraría un cascarón de huevo roto, con una yemita temblorosa e incapaz de articular una frase con algo de sentido… terrestre. Y que se escondía de manera brillante y artificiosa detrás de aquella suerte de confianza engalanada, con los temblores pintados con girándulas y excesos.
Pero una mañana al abrir la nevera el post-it yacía sobre un limón. Habrá volado al cerrarla, pensé yo mientras leía: <<Tu cuerpo como un trigal, ya no hace al mío vibral>>. Pues sí, había volado.