95. Ver y tener
En la recepción vacía, poco antes de la una de la madrugada, Juan cabeceaba mientras miraba una película antigua en la televisión que escondía bajo el mostrador.
Somnoliento, le pareció despertar en una embarcación rumbo a Martinica, junto a varios refugiados franceses. Harry, le llamaban los repatriados. Pero él solo tenía ojos para ella, la flaca. Esa joven cantante inteligente, atrevida y capaz de mover una tropa con silbar una tonada. Entre cielos blancos y aguas negras era tan feliz como Bogart ante su mirada lupina.
Juan se despertó súbitamente, antes de sentir los labios de Bacall sobre los suyos. Recorrió el edificio desde la planta superior hasta el garaje y comprobó que todo estaba en orden.
Después de las tres volvió a su sueño. Recobró la consciencia al mismo tiempo que Grant escapaba con Ingrid, inundado por las perlas que refulgían en los ojos de Ingrid.
La siguiente ronda por el recinto en el que trabajaba se retrasó hasta cerca de las seis. A esa hora Wyatt Earp ya había perdido a Clementine rumbo a un cielo plateado. El mismo firmamento al que Juan huía sonriente tras recibir un disparo del ladrón que escapaba del edificio.

