97. El rito
Después de que los consejeros de la tribu decidiesen acabar con el poblado enemigo me sentí muy orgulloso cuando, pese a mi juventud, me incorporaron a la expedición. Durante largas jornadas nos abrimos paso a machetazos entre una vegetación que crece desafiante y trata de asfixiarnos, hasta que localizamos el lugar adecuado para establecer el campamento y pasar desapercibidos a los centinelas que vigilan su territorio.
La oportunidad de que nuestros guerreros se lancen a un ataque sorpresa llega poco antes de que salga el sol. Yo no puedo acompañarlos porque todavía no soy como ellos, aunque me ordenan que dibuje en mi cara y pinte en mi cuerpo los mismos símbolos que he visto trazar en los suyos mientras se estaban preparando.
Hacia el mediodía el jefe requiere mi presencia en la aldea que ya han destruido. Intuyo que este el momento, esperado desde hace tanto tiempo, de poder demostrarle que también merezco ser un hombre. Entro junto a él en la choza que me han estado reservando para que pueda cumplir con el rito. Al fondo, sollozando en silencio, se abraza la única familia que aún sobrevive a la masacre. El jefe me entrega un machete.
Hay ritos que lastiman el alma al leerlos. La especie humana siempre fue -y sigue siendo- la especie depredadora por excelencia, incluso consigo misma. No hay ningún animal capaz de extinguir en masa a sus semejantes de diferentes maneras como nosotros hacemos. Por cargar nos cargamos con nuestros propios recursos y planeta.
Buena muestra de nuestra naturaleza, Rafa, con este texto
Te agradezco el comentario, Manoli. Nunca deja de llamarme la atención, por muchas veces que se repita, el uso de la violencia y la crueldad para demostrar «algo»: que se es más fuerte, o mejor, o más grande, o que alguien merece ser más que el otro, y más si esa crueldad es gratuita; y luego está ese odio al vecino, odio que parece crecer cuanto más cercano está (no hay más que ver lo que sucede en los encuentros de fútbol entre equipos de la misma localidad, sin ir más lejos). Pero es que es como dices, somos la especie depredadora por excelencia. Quizá esté en nuestra naturaleza, aunque me resisto a pensarlo, o por lo menos me gustaría que no fuera así.
Un abrazo, y muchas gracias.
Este micro duele.
He visto la imagen y se me ha encogido el corazón, por la familia, por él, por las circunstancias, por la verdad que hay, por lo poco que te inventas,…
Insisto: este micro duele, y eso solo lo hacen los que son buenos.
Muchas gracis, Luisa. Eres muy amable. Tu comentario me ha alegrado el día. Y, sí, es posible que el relato duela, aunque desgraciadamente, y eso es mucho peor, la relidad suele doler mucho más.
Un abrazo.
Has planteado un episodio dentro de un escenario que no por cruel es menos creíble. Se forma parte de un grupo con todas las consecuencias. Dominar e incluso exterminar a los que se considera rivales es una prioridad. De una forma no demasiado diferente, detalle arriba o abajo, se escribe la historia, como si no fuera posible un camino de entendimiento, una tercera vía, como se dice ahora.
En ese «rito» está el fin de la inocencia del protagonista, de la esperanza de que alguien pueda aportar algo distinto, para incorporarse a una rueda que no puede traer nada bueno, que cada vez es peor.
Un gran relato, Rafa
Un abrazo y suerte
Hola, Ángel. Siempre tan generoso y tan amable con tu tiempo y la dedicación a nuestros relatos. Me temo que tienes razón en cuanto a ese afán de dominio que han demostrado los humanos a lo largo de la Historia, y supongo que seguirá siendo así porque nadie tiene intención de cambiar las actitudes aprendidas o heredadas o como quieras llamarlas.
Muchas gracias como siempre por tus comentarios, y un abrazo.