81. Homenaje a Juan G.
Por muy temprano que me levantase, siempre, una de esas mujeres ya estaba despierta antes que yo, eso sí, nunca sabía uno a cuál iba a encontrarse. Podía ser la solícita que preparaba café y tostadas o la generala al mando gritando órdenes a su tropa.
Luego, por el rato que duraba la jornada laboral, todas ellas partían hacia un trabajo del que nada sabía. Andaban en cosas de ventas, en cifras, estadísticas y datos por los que nunca pregunté.
A veces, por la tarde, regresaban niñas. Las encontraba tiradas por el parqué moviendo cochecitos y dando biberones a bebés de plástico. Su risa rompía mi tristeza batiéndola en espuma, como las olas en la costa.
Por la noche, a última hora, podía aparecer en mi cama una mujer de hielo, que deducía seguía viva tan solo por su ruidosa respiración -nunca llamaría ronquido a ese molesto ruido- o una dulce prostituta que me anclaba el tallo a su cintura exprimiéndome el seso hasta volverme loco.
Nunca entendí, cómo siendo tantas, en sus ojos brillaba la soledad de saberse una isla a la que nunca nadie arribaría. Seguramente esa era otra mujer más a la que yo ni siquiera conozco.
[FUERA DE CONCURSO] [JURADO MES MAYO]