(Q. U. 20) El único
Juan estaba harto. Pudieran preguntarme cuál de ellos de entre todos los habitantes de Juanvía, donde no se sabe si por pereza o por falta de imaginación, casi todos los varones se llamaban así. Nuestro Juan, diré entonces, decidió aventurarse hacia otras tierras donde él fuese el único con ese nombre. Salió una mañana soleada y en su búsqueda pateó muchos caminos, y recorrió los campos de la extensa Castilla, sin desanimarse ni una sola vez cuando al preguntar “¿cómo se llama Vd.?”, Juan era la respuesta.
Llegó por fin a una pequeña población donde se instaló al no encontrar ningún homónimo. Consiguió el cargo de Registrador municipal y durante toda su vida se dedicó a inventar nombres de varón e incluirlos en una Lista que orgulloso exhibía ante los padres primerizos. Con el tiempo, el pueblo se llenó de Geneldos, Romales y Pintosos, pero ni un Juan más por descontado. Fue feliz y murió de la misma manera, sin saber que en su lápida quedaría su verdadero nombre, Jonás, el que eligieron sus padres, quienes al morir al poco de su nacimiento, posibilitarían que sus vecinos, bien por pereza o falta de imaginación, le dijeran siempre Juan.
Si él era feliz así, ¿qué importa todo lo demás? Vaya nombrecitos que se inventaba, qué mala leche.
Un beso, Esther.
Pues mira yo lo entiendo. De pequeña éramos 5 Marías en clase, menos mal que creces y te reinventas a ti misma, no sé si para ser único o qué. Aunque en Castilla me da que habrá Juanes a porrillo!!!
Jonas o Juan, mejor que llamarse Pintoso.
Esther me imagino que ya no quedará ni uno de esos roscos multicolores no? me encantó conoceros.
Un beso
Jaja! Qué ironía de la vida. Salimos a buscar en otros lados, lo que tenemos en casa, y en el camino hacemos tanta barbaridad. Felicidades, muy bien contada la moraleja!
Al final lo que te hace único es lo que haces, lo que compartes, lo que te emociona… y el nombre, jajaja!