97. Quién teme a Teseo (Eduardo Iáñez)
Supongo que ustedes no lo creerán, pero antes de ser lo que soy, disfruté otra vida: una existencia ajena a estos pasillos sin fin, a estos senderos que se bifurcan, a estas esquinas que desembocan en la nada o en secretos idénticos a sí mismos. Ahora, sin embargo, se me ha atado despóticamente a esta misión, que me obliga a vivir en una disyuntiva permanente, a forzar mi voluntad con una opción incansable y mi memoria con el reconocimiento continuo. Desmadejado en la esclavitud de tal existencia, sé que él me observa, esperando mis reacciones. Aunque yo desearía frustrar sus expectativas, me debo a mi condición animal, y cuando hago lo que se espera de mí, el tirano, satisfecho, me coge entre sus manos y me deposita de nuevo en este habitáculo transparente, desde el cual lo veo alejarse con su bata blanca, a juego con mi pequeño cuerpo peludo.
Todavía tiene suerte de que no le hagan una vivisección. Pobre ratoncito de laboratorio, lástima que no descubran lo que pueden dar de sí sus pequeñas neuronas. Otro laberinto en miniatura. Saludos.
Gracias, Ana. Sí que está habiendo este mes bastantes laberintos en miniatura; y es que, por lo que parece, cualquier aspecto de nuestra existencia cotidiana se vuelve una disyuntiva agotadora.
Saludos.
Eduardo, nos muestras con sutiles pinceladas los laberintos tan particulares de la investigación. Suerte y saludos
Muchas gracias por pasarte y por tus comentarios, Calamanda. Me agrada especialmente tu referencia a la sutileza de las pinceladas, pues en efecto he querido hacer del ratoncillo un pequeño filósofo de su propia existencia.
Saludos.
Muy bueno, Eduardo. Si es que los ratoncillos tienen sentimientos y éste tuyo se ha metido en mi corazón para siempre.
¡Enhorabuena!
Patricia, gracias por tu comentario que, como en el caso de Calamanda, señala algo que quería cuidar especialmente en el relato: la sensibilidad, la especial percepción de un ratón de laboratorio sobre su existencia.
Saludos.
¿No será que nosotros también servimos de experimento a alguien que cada que creemos que ya llegamos, nos vuelve a poner al principio del laberinto? Así me he sentido con el texto. ¡Felicidades!
Pues sí, María, supongo que sí. Esa idea incluso me rondó por la cabeza, pero hubiera necesitado una mayor extensión. Gracias por compartir en esta página tus impresiones.
Un saludo.
Tu apuesta por hacernos ver la vida monótona, aburrida y forzada de un ratoncillo de laboratorio, me ha encantado.
Pobrecillo !!!
Suerte.
Me encanta que te haya encantado, Mª Belén, sobre todo porque, en efecto, he querido hacer del ratoncillo otro ‘minotauro’, un ser forzado (y quizá por eso monstruoso) a dirigir su vida por las sendas que otros le han trazado, y cuya única escapatoria acaso sea la muerte: de ahí el título, «¿Quién teme a Teseo?»
Gracias por tus buenos deseos para el micro, y saludos para ti.
Hola de nuevo, Eduardo, lo que más me gusta de tu relato es el binomio creado entre el laberinto del minotauro y la cobaya. Creo que hasta «batas blancas», Asterión no se quita el disfraz y, aún así, creo que el relato admite las dos lecturas: el monólogo del conejillo de indias y el del Minotauro, recordando su antigua vida, quizás en su infancia como príncipe.
Después el léxico utilizado demuestra esos kilómetros recorridos que te he dicho antes y me quedo con una percepción totalmente individual y se trata de que me tomo tu relato y el lema como una especie de experimento, en el que se intenta mejorar con la escritura, al igual que el hombre de la bata blanca.
Un abrazo y nada a esperar como mínimo otra mención, ¿no?
Lorenzo, tan inteligente y sensible como siempre (eres lo que cualquier escritor siempre desea: un lector temible), has diseccionado el micro como el hombre de la bata blanca podría haber hecho con el ratoncillo.
Has reparado, como he dejado dicho más arriba, en la intención del título, «¿Quién teme a Teseo?», como una posibilidad de mejora, de liberación para el ratoncillo, que apunta hacia la muerte.
Por otro lado, también anotas el claro paralelismo del relato con el mito del Minotauro, en el que he querido que el lector se instalara confiadamente, para luego dar el giro final. Como muy bien has observado, hasta ese giro la reflexión del ratoncillo muy bien podría ser la de Asterión, y su tirano deja de ser el rey de Creta para convertirse en un científico anónimo. Dos vidas de esclavitud, dos destinos trazados monstruosamente de antemano… ¿quizá como los nuestros mismos, según ha apuntado Mª Belén en su comentario?
Y como fruto de esa reflexión, la mejora con la escritura. Como ya he dejado escrito, he querido hacer de este ratoncillo un pequeño filósofo. Su monólogo es resultado de una reflexión sobre su existencia, a la cual, conforme le iba dando forma, intentaba amoldar a los modelos de Segismundo en «La vida es sueño» de Calderón y de Asterión en «La casa de Asterión» de Borges.
De ahí, creo yo, el sabor un tanto barroco que en esta ocasión le he prestado a la voz narrativa, y que me parece que tú señalas en el léxico. De hecho, en una primera redacción la expresión era más forzada aún, más asfixiante y recargada, pero la suavicé porque me parecía excesiva y poco acorde a la asepsia del escenario del relato. Espero haber acertado en la elección.
Y también espero seguir contándote entre quienes me leen, porque así, además de disfrutar del lujo de tus relatos, podré seguir haciéndolo también con tus sagaces comentarios sobre los míos.
Un abrazo.
Eduardo, tienes razón, hemos coincido en el personaje, pero, como bien dices, desde perspectivas distintas. El tuyo creo que refleja la frialdad de la experimentación con animales, y la visión de la cobaya arrastrada a una vida que para nada es la suya. El título abre otras interpretaciones y lecturas, como perfectamente ha explicado Lorenzo. Me ha gustado mucho. Abrazos y suerte.
Gracias por tus deseos, Salvador, y por esos atinados comentarios sobre la visión del ratoncillo arrastrado a una vida que no es la suya, como bien dices. Esa era, como vais viendo, la principal idea que ha guiado el relato.
Me alegra que te haya gustado. Saludos.
El relato me ha gustado mucho. Me parece un relato que no despunta por una sola cosa sino por varias: originalidad, tratamiento de fondo, mensaje, estructura léxica… vamos, que yo le daba ya un 10. A ver el jurado que opina pero no me extrañaría nada verlo bien arriba. Mucha suerte 🙂
Juan Antonio, muchísimas gracias por tus generosos deseos, por mucho que la experiencia nos enseñe que no siempre se ajustan a la realidad, y menos aún con tanta buena pluma suelta por aquí.
No te escondo, sin embargo, el agrado que siento por tanta riqueza como ves en mi relato. Ya he dicho en alguna ocasión por aquí que mi idea del relato, ya sea más o menos breve, es que debe tener un ‘relieve’, que tiene que evitar lo plano, que a mi entender es uno de sus peligros principales.
Como ya he escrito al responder otros comentarios del mes, en esta ocasión he partido de una idea establecida para jugar con la confianza del lector, he atendido a una especial selección léxica y sintáctica más expresiva y barroca y me he centrado en el monólogo del ratoncillo-filósofo.
Creo que todo lo has captado muy bien, y te doy las gracias por compartirlo aquí y, sobre todo, repito, por tus generosos calificativos.
Un saludo.
Eduardo, en una primera lectura pienso que, si efectivamente hablamos de un ratón de laboratorio, el pobre no habrá conocido una vida ajena a la de los experimentos a los que es sometido -al fin y al cabo esas criaturas se crían para sufrir en aras de nuestra salud, bienestar y hasta belleza. Pero conociendo ya un poco el percal, me quedo enganchada en esos «senderos que se bifurcan» y en la «misión» y me da por pensar en alguna referencia borgiana más profunda. Um, no sé… En cualquier caso, saludos y suerte.
Excelentes deseos para ese ratoncillo que, sin embargo, no sé cómo acabará. De todos modos, se los transmitiré en tu nombre.
Gracias, Ana. Un saludo.
Hola, Ana, gracias por dejar tus comentarios (tu fidelidad es realmente insobornable).
En cuanto a las reservas que me expresas, creo que han quedado respondidas en comentarios anteriores, tanto por mi parte como por la de ilustres ‘entecianos’. Hay, como tú misma adivinas, un paralelismo entre este ratoncillo y otros personajes de trágico destino, cuya monstruosa ‘misión’ ha sido fijada por un tirano que los esclaviza con una existencia indeseada.
Ten en cuenta, respecto a lo que señalas del arranque del relato, que este ratón siempre ha servido para experimentos, es cierto; pero no por ello se le ha reservado desde siempre la ‘misión’ de salir del laberinto, desde donde es llevado de nuevo a su jaula. Antes ha podido servir a otros fines, científicos, sí, pero no necesariamente ese. Por eso el monólogo del relato comienza con esa referencia a «otra vida», sin «pasillos sin fin», que ha vivido «antes de ser lo que soy». Por un lado es perfectamente posible para un ratón de laboratorio, al mismo tiempo que a mí me servía para que el lector se confiara en una lectura asociada al Minotauro, hasta llegar a ese giro en que se descubre la auténtica naturaleza del personaje.
Cosa distinta es que esos planes que uno se fija como escritor se cumplan.
Un saludo, Ana, y buen comienzo de vacaciones.
Curioso andamiaje con el que has construido basándote en la imagen de «la cobaya encadenada» al laberinto. Ese doliente soliloquio hammleriano
con el que inicias,se bifurca de pronto tras ese participio «desmadejado» que sirve de bisagra. Dos espacios, dos ideas contrapuestas a las que por puro mimetismo les acompaña un tono diferente en el lenguaje. Y este es solo uno de sus méritos. un placer
Gracias, Nieves, como siempre, por tu presencia entre mis relatos.
Me ha agradado tu forma de presentar en clave shakespereana a mi ratoncillo, lo que creo que le viene pero que muy bien, y en su nombre te lo agradezco.
Y me parece muy perceptiva tu forma de localizar la ‘bisagra’, como tú dices, que marca la transición en el relato, y que comienza a configurar la segunda dimensión, la auténtica (desde la ficción,claro), sobre la realidad de la situación y del personaje.
Y sí, dices bien: un placer, siempre. También para mí.
Saludos afectuosos.