67. VEINTE AÑOS (Eider Inchausti)
De las lágrimas pase a la risa. Reía al ver que lloraba en el mismo hotel de carretera de hace veinte años. Pensé que por lo menos habían cambiado las cortinas de flores amarillas. Luego me senté en la cama y recordé aquella comida de fiestas del pueblo. Un feliz Julio alzaba su copa y brindaba por la morena que le había atrapado el corazón. Su apoderado le miró con preocupación, ya llevaban dos días más de los previstos en aquel pueblo. Julio le giño un ojo y le dijo: “No te preocupes a esta joya me la llevo como sea”. Yo sonreí alagada por haber conquistado a aquel hermoso torero y baje la mirada a mi plato de milhojas. No quería ver los ojos incrédulos de mi amiga. Prefería perderme en lo romántico de ir a vivir a un cortijo.
En aquella primera parada en el hotel lloraba por la pena de dejar a un lado mis sueños de estudiar magisterio pero también reía de felicidad. En esta segunda parada lloro por la pena que sentirá mi torero cuando vea que su morena no regresa y rio por mi estupidez de hace veinte años.
El amor es lo que tiene, que te anula la razón.
Pero, parodiando la letra de aquel tango…Veinte años no es nada.
Ha despachado al torero y le queda toda la vida por delante.
Y ojalá le saque una buena pensión…
Un abrazo y enhorabuena.
Tienes razón Modes muy buen punto de vista,hay que ver el lado bueno y tirar para delante. Gracias por el comentario y otro abrazo.
Una cornada y un par de fracasos en «las ventas» me impidieron alcanzar mi sueño de buscarla para pasear a su lado por ese cortijo repleto fuentes y de flores. Esperaba que ella hubiese alcanzado su sueño de acabar con éxito sus estudios de magisterio.
Había aparcado una vez más en la puerta de ese hotel de carretera. Esta vez era diferente, sentía su presencia con la misma intensidad que hacia veinte años.
Sentí los latidos del corazón en mi cabeza, mientras intentaba saber detrás de que ventana tendría la oportunidad de volver a contemplarla.
Decidí preguntar en recepción y presentarme, pero una cadena de espinas invisibles me impidió mostrar la decadencia y el fracaso de aquel hermoso torero que hacia veinte años consiguió que ella le regalara aquella caricia con la mirada que le persiguió desde entonces todos los días de su vida.
Jose Manuel me has hecho sentir todavía más a mi torero, perdón al de mi protagonista. Gracias por seguir la historia.
Encontré esta web por casualidad, y ahí estabas tu. Con un apellido como el mío y una historia que me fascino. Pero, me pareció que el «hermosos torero» también tenia derecho a decir algo.
Me alegra que su historia aumentase mas tus sentimientos, perdón, los de tu protagonista.
Gracias a ti por escribir y a mi suerte por encontrarte.
Eider, como tu bien dices, nunca es tarde. Suerte y saludos
Pues sí, nunca es tarde para parar y mirar a lo que queremos. ¡Gracias y suerte!
Que buena historia, como relatas el sentimiento de esa mujer que reflexiona tras veinte años.
Y que buena continuación de Jose Manuel.
Un abrazo y suerte.
Intenté plasmar el reírse de uno mismo, el ver los «errores» y darles la vuelta después de veinte años. Me alegra que te haya gustado la historia. Abrazos.
Eider, una bonita historia. La mejor forma de comenzar de nuevo, riendo. Un abrazo
Gracias Ana, me alegro de que se haya entendido esa mezcla de alegría y dolor en las dos paradas en el hotel.
Sobre este hermano-padre-torero que ha continuado la historia, encantada todo un lujo. Saludos y suerte.
Sí, siempre es un buen punto de partida reírse de uno mismo y sacar fuerza. Un abrazo y gracias Concha.
Veinte años han pasado, y lo peor es que echar la vista atrás es mirar impotente todos los errores cometidos sin poder hacer nada (rara vez se pueden cambiar las cosas). Curiosa la historia del torero y la morena. Muy bien traída. Mucha suerte 🙂